domingo, 3 de enero de 2010

Calixto, perro peregrino


Se llamaba Calixto, y era perro peregrino, como constaba en su plateado collar.

Vivía en San Juan de Ortega; su colchoneta particular, que la tenía, ocupaba un lugar de honor bajo la arcada que daba paso a lo que quedaba del antiguo monasterio, junto al Bar de Marce.

Era bajo, pero robusto, una especie de perdiguero de Burgos, de aquéllos que anunciaban antaño los Hush Puppies, patas cortas, orejas muy largas, cuerpo fuerte y largo, y unos ojos entre amistosos y tristes, grandes, oscuros.

Le gustaba andar entre peregrinos, siempre pillando algo de cada uno de ellos, aquí un cacho de bocata, allí un trozo de fruta, todo le venía bien...

Pasaba las tardes alegrando la vida de los caminantes, remoloneando de un lugar a otro, dejándose acariciar por todos y repartiendo algún que otro lametón amistoso.

Era una suerte dormir a su lado, en las cálidas noches de verano, bajo el arco, aguantando sus regulares ronquidos, porque roncaba como buen andarín que era...

Pero cuando Calixto daba la talla era por la mañana.

Sin prisa, se desperezaba y elegía compañía entre los peregrinos que se ponían en marcha hacia Burgos.

Y allá que se marchaba, tan pimpante, con el rabo tieso caminando entre los carrascos, y no paraba hasta las primeras naves industriales a la entrada de Burgos.

Allí, indefectiblemente, se sentaba tranquilamente hasta que algún taxista, que le conocía ya sobradamente, tenía a bien subirlo en su vehículo y transportarlo de vuelta a S. Juan de Ortega donde comenzaba de nuevo la misma historia, día tras día...

Buen amigo de los caminantes y Peregrino de Honor por vocación, mi admiración y respeto por Calixto, perro peregrino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario