El día había sido duro, caluroso, largo, de esos que agotan y a los que no se les ve el rabo...
Había descansado un buen rato, como siempre, en la arboleda de Estella, junto al río, comiendo algo pues por aquéllos entonces comía muy poco y desordenado, cuando caía, sin lógica ni control.
Medio melón a la sombra, refrescante y dulce, compartido con aquél francés de París, como se encargaba de recordarme cada cinco minutos, atosigante él.
Le vi pasar despistado, totalmente confundido de camino, yéndose río abajo sin cruzar el puente para acercarse a Ayegi, y me dió pena, iba solo, más solo que la una, y es que nadie le soportaba, yo tampoco, pero era tan frágil que no tuve corazón para dejarle pasar de largo a esas horas, y con tanto calor.
Así que, hechas las abluciones a la orilla del río, retomé camino cuesta arriba para, pasando por Ayegi, arribar a Irache, lugar donde tenía pensado, como era costumbre dormir al arrimo del Monasterio.
La cuesta a esa hora se hizo interminable, sólo aliviada muy al final por la fuente que mana vino, a veces, y agua casi siempre.
Paradita de rigor y hasta la puerta de la Iglesia del Monasterio, a la sazón en obras permanentes pero que, como siempre, ofrecía bajo su profundo atrio un refugio seguro donde pasar la noche, costumbre inveterada que aquélla vez iba también a cumplir.
Desilusión al canto: todo el atrio estaba tomado por materiales de construcción, montones de arena, tablones e hierros varios, cemento por doquier, polvo y piedras, ocupando todo el lugar, ni un solo metro donde poder descansar.
¡Diablos! cambio de planes, ¿y qué hago yo ahora?
Tranquilo, Ramón, tranquilo, no pasa nada, son circunstancias de los caminos y ni será la primera ni la última vez que tienes que cambiar todo... el Camino proveerá.
Empezaba a anochecer y el calor abrasador del día iba dejando paso a ese vientecillo que cala hasta los huesos, frío como la conciencia de un político desalmado, persistente y tenaz...
Comí un poco de pan que llevaba y me lancé camino arriba a donde fuera, el disgusto que me llevé al ver la puerta de Irache ocupada me dió fuerza y calor para seguir caminando, caminando, caminando...
Llegué a Villamayor de Monjardín casi a media noche.
Entonces no había albergues ni nada parecido, se caminaba al albur de cada día y cada día había que buscar la forma de descansar, a cubierto si fuera posible...
En la oscuridad total de la noche creí intuir la silueta negra de una gran iglesia, una verja que la rodeaba y una pequeña cancela para acceder a ella.
Mi lugar, me dije sin ninguna duda probando si la cancela se podía abrir, como así fue, facilitándome el paso hacia el atrio de la iglesia...
Era todo de losas de piedra, con un banco corrido todo alrededor, bien protegido del viento frío ya en esas horas, y lo tomé como mi casa luego de mirar al cielo y aradecer, como cada día, a quien correspondiera, el haber encontrado al fin un lugar donde descansar los huesos aquél día.
Saqué los aperos de la pipa y me dispuse, con todo deleite, a disfrutar un buen rato del silencio, la oscuridad total y unas buenas caladas de tabaco de Virginia.
Mucho tiempo después, imposible calcular cuánto, limpié bien la pipa, guardé todo y me lié en el saco dispuesto a vivir mis otras vidas, las de mis sueños (¿o son esas las vidas reales y los sueños son el Camino y sus circunstancias?), no lo sé pero tocaba dormir, dormir, dormir...
Antes de cambiar de chip y meterme en esas otras vidas, experimenté el placer de pensar que mi cabeza y todo el cuerpo estaban realmente sobre un colchón de cálida lana, de esos en los que te hundes y no te mueves en toda la noche, arrebujadito en tu hueco...
¡Qué raro! pensé, si estoy en el suelo de piedra, en la puerta de una iglesia... en fin, que ¡hasta mañana!
Los primeros rayos de un sol incipiente me despertaron... toda la noche había estado hablando con gente desconocida, contando aventuras de caminos, de castillos y de posadas, cantando, bebiendo y hasta bailando... ¡yo! bailando... Ramón, no estás bien, el sol te ha reblandecido la mollera, cada día estás peor...
Pero lo curioso es que, aunque debía hacer un frío del carajo (con perdón), como atestiguaba la escarcha y el vaho que salían de mi boca y mi nariz, yo estaba allí, en manga corta, pantalón corto, descalzo... calentito, disfrutando del olor a incienso, ¿incienso?, sí olía a incienso, patchulí para ser más exactos, igual igual que la mesonera que me había estado atendiendo en la posada toda la noche, hermosa, oronda, rotunda con aroma de jabón de aceite y un profundo y lejano toque oriental...
Pero ¿qué estoy diciendo? ¡Espabila hermano! estás caminando, vas hacia Compostela, está acabando el siglo XX y no hay posada en este pueblo... pues yo he estado ahí toda la noche, junto al fuego, hablando y jugando a las cartas (no se ni lo que es un as)...
Chaval, lo tuyo no tiene remedio, recoge y ponte en camino que hay mucho que andar.
Recogí el saco, lo metí en la mochila y fue entonces, solamente entonces, cuando me di cuenta de dónde estaba pisando... estaba rodeado de lápidas sepulcrales, de hecho había pasado toda la noche sobre ellas, había paseado fumando tranquilamente sobre lápidas, sobre restos de gente de todas las épocas que descansaban allí... había dormido en buena compañía, la mejor compañía.
Me despedí de mis compañeros de descanso, les deseé que me esperaran allí lo más posible, que volvería con ellos, pero tardaría un poco, les lancé un saludo y un ¡gracias! por todo y hasta creo que se me escapó un tímido ULTREIA...
... y seguí mi camino, más descansado que nunca, feliz y reconfortado por una noche en buena compañía...
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Ramón,
ResponderEliminarTe vi dormir en el sofá en Villalón y no podía imaginar que aquél fuera un excelente lugar comparado con las lápidas. Bonita historia aunque algo tétrica no?.
Por cierto, estuve con Isabel en Rabanal. Nos contó una triste historia personal relacionada con el problema de los monjes. Quizás pronto sea pública tristemente. Luego estuve con Chonina a quien le di unas fotos de 1993 y de 2005. También estaba triste. No se ha recuperado de la muerte de su hijo.
Un abrazo,
Javier