domingo, 25 de julio de 2010

Dina...

Dina es un amor de animal. Su pasión es amorrar a la gente y restregarse con ellos.

Todas las tardes, si el tiempo medianamente lo permite, Dina asoma por el Albergue, por la puerta (jamás ha puesto un pie dentro) a ver qué se cuece.

Medio minuto después, a lo más tardar, la sigue Felisa, un encanto de mujer, gallega, fisterrán hasta las trancas, una mujer preciosa, con sus botas "katiuskas", su rebequita, su pelo gris, largo y lustroso, recogido en una hermosa trenza.

Es la visita diaria de todas las tardes. Rara vez viene con las manos vacías: una bolsa de manzanas, un ramo de hortensias para el Albergue... y lo más valioso, su conversación, su cálida compañía...

Mientras Felisa habla con nosotros, Dina campa a sus anchas por el prado frente a la casa, persiguiendo quién sabe qué.

Su pasión son los palos. Siempre busca uno, no importa su tamaño, y viene orgullosa, con él atravesado en la boca, a depositarlo a tus pies. No importa que no la hagas caso, ella te sigue con el palo en la boca y lo vuelve a dejar una y otra vez, incansable.

Y ¡ay de ti! si caes en la tentación de tirárselo... ya no te la puedes quitar de encima en toda la tarde.

Las tardes en Corcubión, las que lo son, son tranquilas, apacibles, serenas... y una de las mejores cosas que se pueden hacer, es sentarse en las gradas, la espalda apoyada en el crucero, y leer, leer, leer, mientras esperas la aparición escalonada de los peregrinos que han de pasar necesariamente por debajo de tu atalaya.

En esos minutos que siguen a la comida, con el libro a un lado, el tímido sol de primera hora de la tarde acariciándote la cara, el viento calmado pero moviendo ligeramente las copas de los eucaliptus, es donde el alma se serena y el tiempo se detiene...

... hasta que alguien te empuja el brazo y te pone una gruesa pata sobre las rodillas. Es Dina que viene a su paseo diario, a visitar el Albergue, a jugar contigo, a hacerte compañía.

Detrás, a unos pasos, Felisa: "¡Dina, deja en paz a Ramón!" Dina y yo nos miramos y sonreímos, los dos.

Entonces le tiro un palo y corro mientras lo busca a la puerta del Albergue. Allí he dejado una lata de cerveza vacía de la noche anterior, le entusiasman las latas, y se la tiro más lejos aún, y así se nos van unos preciosos minutos de camaradería y complicidad...

La visita diaria se agradece lo que no está escrito, sobre todo en las largas tardes de invierno en las que el Albergue estaba vacío y la soledad apretaba la garganta...

No se qué será de Dina y de Felisa ahora, en los húmedos, largos y fríos meses en los que el Albergue permanece cerrado. No se a quién perseguirá por el prado, no se quién conversará con Felisa. El ultimo año, sus hijos consiguieron que marchara a La Coruña con ellos, no querían que pasara tanto tiempo sola. Pero ella les obliga a llevarla periodicamente a su casa. Y ni una sola vez deja de asomarse al Albergue, por si hay alguien, a darle un beso y conversar...

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