martes, 29 de diciembre de 2009

Volvoretas y tartarugas...

Las palabras “volvoreta” y “tartaruga” me las enseñó Suso.

Suso es un rapaz de dos años, hijo pequeño de mi amiga Mari Chelo, de Portomarín.

Cada vez que subía por allí, Suso se me enganchaba del pantalón y no había manera de separarnos hasta que no me volvía a casa.

Me hacía subirle una y otra vez por la cuesta al lado de la Iglesia de San Juan para deslizarse loco y veloz en su flamante triciclo y volver a subir, y volver a bajar... así todo el fin de semana.

Este crío me enseñó muchas palabras gallegas, hablaba a borbotones, como le iba saliendo, mezclando galegomarinés y castellano, pero también me enseñó de ausencias: de padre, de atención... y me enseñó de cariño sin esperar nada a cambio, de amor incondicional... si, de muchas cosas...

Era verano, por San Juan, días largos y luminosos.

Llegué a Roncesvalles con un terrible dolor de cuello, se me habia quedado rígido mirando hacia la derecha (con perdón) en el autobús que me subía desde Pamplona.

¡Vaya panorama! Y así me disponía a comenzar mi primer Camino largo...

Toda la noche las volvoretas no me habían dejado pegar ojo con su vuelo incesante en mi estómago.

¡Qué expectación! por fin iba a hacer realidad uno de mis más acariciados proyectos: caminar desde Roncesvalles hasta Compostela...

La tarde se puso fría y gris, como suele ocurrir por estos pagos.

La tormenta descargó con toda su intensidad nada más detenerse el Bus en Orreaga.

Llegué corriendo y empapado desde la parada hasta la oficina en la que se expedía la credencial.

Allí me hicieron un interrogatorio que se me antojó excesivo, pero bien está, tranquilidad, todo sea por la causa...

Luego siguió el frío, la Misa con la bendición de los que nos poníamos en marcha y, bueno, todos los prolegómenos que ya conocemos.

En aquélla época, el alojamiento para los peregrinos se dispensaba en un piso alto, abuhardillado, en el propio edificio de la Rectoría.

Frío y desangelado, separadas las dos habitaciones, hombres y mujeres.

No pegué ojo en toda la noche.

Las volvoretas tomaron posesión de mi interior, el frío, la humedad, el desasosiego, el... miedo se apoderaron de mí.

Y así, entre ronquidos, malestar, interrogantes varios (¿qué hago yo aquí?, ¿quién me manda a mí...?) clareó la mañana.

Liar el petate y salir escopetado de allí fue todo uno.

Ni desayuno ni gaitas, las botas reclamaban pasos y las volvoretas ya no aguantaban más, pugnaban por salir de mi interior.

Y eso fue lo que me pareció que ocurrió al segundo paso en dirección al camino.

Con mi aliento abrí la boca, expiré profundamente y..., un tropel de volvoretas blancas se expandió entre la niebla.

Allá quedaron mis temores, mis aprensiones.

Ya estaba en el Camino, ya iba a realizar lo que tanto había soñado..., allí se escaparon todas en tropel.

La tierra estaba empapada, con un lodo fino que pronto me hizo sospechar que lo iba a pasar mal.

La elección del calzado no había sido la más adecuada, pero para un camino tan largo había que elegir, y mis flamantes Reebock Black Stile, con su suela lisa de cancha de baloncesto no tardaron en jugarme la primera mala pasada...

El camino transcurría estrecho y embarrrado, a mi izquierda, muy abajo, la carretera serpenteaba y yo hacía verdaderos equilibrios sobre la cuerda floja para no derrumbarme.

Y sucedió lo inevitable.

Antes de lo que tardo en contarlo, allá que fui con las patas por alto, sin soltar el bastón, y me quedé sobre mi mochila, espalda al suelo, tripa al cielo, braceando como una tartaruga dada la vuelta en el aire, con una mano ocupada sujetando el bastón, la otra luchando por no perder el embarrado guante de lana...

¿Qué hacer ante semejante situación?

Pues qué queréis que os diga..., aprovechar para descansar y empezar una risa nerviosa, a carcajadas, imaginándome la visión de una tartaruga embarrada hasta las orejas pateando desesperada en medio del bosque y sin ganas de darse la vuelta.

Aún me alcanzaron algunos peregrinos que me miraban preocupados, pero a los que despejé sus temores con una gran sonrisa... era feliz, estaba haciendo lo que largo tiempo había acariciado y apenas había comenzado, y estaba bien, muy bien, sucio y satisfecho, no me pasaba nada.

Fueron mis primeros pasos en este gran Camino que nos ocupa.

Y la imagen de las volvoretas y de las tartarugas, unidas para siempre, no me abandonaría ya nunca...

Dentro de unas horas marcharemos de nuevo hacia donde el sol se encamina, hacia el Oeste.

Recuerdos entrañables, gente amable y xeitosa nos aguarda para recibir el nuevo año.

Os deseo tanto como a mí mismo...

Feliz año.

lunes, 28 de diciembre de 2009

De dormir en el suelo...


Se está hablando de dormir en el suelo, esa sana y beneficiosa costumbre que cada vez se va extinguiendo más deprisa en este nuestro Camino.

Hace unos años, dormir en el suelo era una de las posibilidades más comunes, más diferentes y más deseadas de cuantas nos encontrábamos.

Era distinto, era más cercano, era bonito acercarse saco contra saco, llenando todo el espacio libre de suelo de cuerpos cansados, relajados, felices.

Desgraciadamente, ahora cada vez es más difícil.

En muchos lugares nos encontramos con la respuesta: está lleno.

Bueno..., ¿y qué? ¿Cómo que está lleno? ¿Que no hay camas? MEJOR.

Pero no, ahora cuando se dice: está lleno, se quiere decir: no puedes permanecer aquí, tienes que seguir, lo sentimos, pero no te podemos atender.

Vale, vale, vamos bien, consecuencias del estado actual del Camino y de las pretensiones de los que llegan a la puerta de los Albergues día tras día.

Pues yo reivindico el santo suelo.

Esa es mi mejor plaza allá donde paro.

De hecho, hay un Albergue que sólo tiene suelo.

Sí, ni una sola cama, sólo colchonetas de espuma fina en el Santo Suelo.

Y, generalmente, la gente lo acepta y lo agradece.

Y se levanta tan contenta por lo bien que ha descansado.

Por supuesto que no falta quien, al llegar, mira despectivamente y suelta un ¿No tenéis más que esto? Pues si, señor, señora. No tenemos más que esto, y muy contentos con tenerlo.

En este bendito lugar se duerme en el suelo, y si tienes la suerte de que esté muy lleno, dormirás en el Coro de la iglesia, y, si aún tienes más suerte y está lo que se dice petado, puedes tener el privilegio de dormir en el Santo Suelo de la iglesia..., y ya no se conoce más circunstancia que tener que dormir en el suelo de la Sacristía.

Que nunca nos falte un suelo donde posar los cansados huesos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

De sonidos maragatos y de buenas gentes...

Hace muchos, muchos años.

El Camino no era como ahora.

Era solamente un camino, con algunas personas desplazándose hacia el Oeste, algunas flechas señalando la dirección, no muchas, y donde ocurrían todos los días milagros como el que me aconteció a mí en Rabanal del Camino.

Era verano, pero en Rabanal noche de verano es lo mismo que decir seguro de humedad y de relente.

El día fue especialmente duro, mucho calor, mucha soledad, muchos kilómetros.

Había salido de amanecida de Hospital de Órbigo, de la casa del Cura, actualmente Refugio Parroquial, entonces simplemente la casa del Cura, donde aquél buen hombre acogía a los pocos que se aventuraban por el Páramo.

Ese buen hombre ya nos dejó, pero antes compartió conmigo, en su despacho, sabrosas conversaciones sobre caminos, gentes, Dios y el diablo.

Él fue quien me enseñó un camino que aún no me ha dejado, un camino que me impregnó hasta la médula, un camino que tiende a diluírse en otra cosa pero que me acompaña desde entonces.

Me dijo:"Al final de la calle, a la salida del pueblo, unas manos piadosas han puesto un pequeño letrero; síguelo, no te arrepentirás"...

Aquél pequeño letrero pegado a un árbol señalaba un camino por el monte que evitaba la larga caminata por el arcén de la carretera.

Lo seguí, y claro que no me arrepentí.

Me dejó al pie del crucero de Sto. Toribio, con Astorga a mis pies.

Muchas cosas me pasaron en aquél corto camino, y todas buenas.

Aprendí a confiar en la palabra de los demás, respiré el aire de mis dehesas, recuperé a mi fiel amiga Zoe que me acompañó moviendo su medio rabo y saltando alegremente a mi alrededor hasta las mismísimas escaleras de la catedral en Compostela, y me dio la primera y más limpia visión de la que luego sería mi casa... y donde conocería a tantos que ahora ocupan parte de mi corazón.

Luego fue lo más duro, la larga caminata hacia El Ganso, reponer fuerzas en el Mesón donde siempre me atendieron con cariño de hogar, la siesta sobre la mesa de pizarra, el descanso y botas fuera bajo el Roble del Peregrino y, ya oscuro, la llegada a Rabanal.

Entonces las cosas eran distintas.

No siempre se buscaba Albergue, yo no tenía ninguna información al respecto y ni falta que me hacía.

La noche se pasaba donde se podía, sin más.

Así que, una vez inspeccionada la gran plaza junto a la carretera, vista la dirección del viento, escogí para descansar un gran portalón que se encontraba en un extremo de la misma.

Allí planté la mochila y desenrollé mi saco.

No me había dado tiempo a meterme dentro cuando se abre el portalón y una mujer con unos preciosos ojos azules me dice dulcemente:

- ¿Qué haces ahí?
- Pues, voy a dormir, ¿no molestaré, verdad?
-No, ahí no vas a dormir.

“Vaya -pensé-, ya la hemos liado otra vez...”

- ¿Por qué? - pregunté empezando a mosquearme.
- Porque vas a dormir en mi casa - dijo la mujer abriendo la puerta de par en par.

Pasé a un precioso patio lleno de flores, me sentaron en la cocina y me pusieron delante todo lo que no había visto en los últimos quince días. Cuando acabé de saciar mi hambre canina, me llevaron a una habitación en el corredor con una cama alta, colchón de lana, ¡sábanas!, si, sábanas, ¡Dios, qué placer!

Me contaron sus proyectos, eran mayores, los hijos ya no ayudaban tanto en el campo, la salud se resentía por todos lados y ellos querían hacer en su casa un Albergue para la gente que a diario pasaba por allí.

Años y mucho esfuerzo después aquélla casa se convertiría en el Albergue que ellos pretendían.

Así que, meses después, en Navidad, volví a visitarles.

Para entonces me contaron de unos monjes jóvenes un tanto díscolos que habían salido de un Monasterio y se habían afincado en el pueblo.

Abrieron la iglesia que permanecía siempre cerrada, comenzaron a restaurar parte de la misma y, lo más importante, todos los días rezaban sus oraciones e invitaban al pueblo a participar de las mismas.

Ellos no es que fueran muy católicos, pero era una forma de salir de la rutina diaria y de juntarse los pocos vecinos que tenía entonces Rabanal en una actividad común.

Así que todos los días iban a las oraciones y hasta cantaban un poco.

Me invitaron a acompañarles y yo, renegando como siempre, accedí.

Esa noche no la olvidaré nunca.

La iglesia estaba fría, muy fría, a pesar de una estufa vieja de butano que habían encendido, pero aquello olía a iglesia de antes, ya sabéis, incienso, olor a cera.

Un muy humilde pesebre adornaba la parte derecha del altar y unas guirnaldas de espumillón se enroscaban en los grandes velones.

Una vez rezadas las oraciones de la tarde, el joven monje pidió a la docena de personas que estábamos allí que nos uniéramos a él y cantásemos un villancico.

Entonces recordé que en el coche llevaba mi violín de aprendiz.

Le pedí un minuto y salí corriendo a por él, acabábamos de dar el concierto de Navidad en la Escuela de Música y tenía muy fresquito el Noche de Paz.

Aquélla noche, mis manos no fueron mis manos, la música salió sola del instrumento, yo, os lo prometo no hice nada.

Fue la melodía más dulce que nunca obtuve del violín, fue el escenario más maravilloso que nadie pueda desear, fue el público más entrañable que alguien pueda soñar.

Luego vinieron los villancicos a doce voces y a muchas lágrimas, chocando maderas, lijando botellas de anís con el tenedor... fue la Noche más Buena que se puede vivir...


El niño que se inventó su Navidad...

Navidad 2008. Lugar: San Roque, en Corcubión.

La culpa la tienen Judith y Flo.

A mi no me gustan estas historias, demasiada blandenguería, muchos recuerdos rasgados por la vida, no es lo mío.

Yo soy más de Mr. Scrooge: "¡Bah, paparruchas!"

Pero Flo me hizo una preciosa envolvente.

Me pidió que le ayudara a poner el Belén en el Albergue.

Me puse con él a bajarle cajas y cajas (él es digamos bajito) y a llevarlas al comedor.

Allí me pidió que le ayudara con las bombillas, y me puse a intentar desenrollar ese caos que suponen siempre las lucecitas de colores de la Navidad anterior.

Y, cuando todo el comedor estaba manga por hombro, justamente entonces, recordó que tenía que ir a comprar algo en la ferretería... y se largó tranquilamente, silbando, con Judith.

Yo miraba una y otra vez la mesa llena de cachivaches, la hora que se iba echando encima, y el albergue patas por hombro... y como no había nada mejor que hacer ni nadie a quien atender, ni... dejé que saliera el niño de dentro y me dije:

"Ramoncico, puedes hacer dos cosas: volver a meter todo en las cajas, sabiendo que mañana volverás a tener que sacarlo, o liarte la manta a la cabeza y ponerte tú a ello... pero rapidito que la tarde se echa encima"

Y el niño salió corriendo a por unas cortezas de pino del prado de delante, y a por una buena brazada de hojas secas, y luego fueron apareciendo los pastores, las casitas, el "misterio" célebre, el buey y la mula, los patinadores, las vieiras, las conchas de nácar...

Y un rato después, con el último rayo de sol dando en la chimenea, se obtuvo esta imagen que me acompañó durante la semana más intensa, más solitaria, más dulce y más amarga que vino después.

Al menos, el niño disfrutó y volvió a sonreir...

Pd.- Hoy me duele especialmente que esas cajas ya no las saque nadie, que esas figuras duerman en el olvido, porque no tienen a quien alegrar. Hoy el niño está más triste y, como niño que es, no entiende nada...

sábado, 26 de diciembre de 2009

¿Rojo o muy amarillo?

Con frecuencia en el Camino nos encontramos con compañías que en un principio tienen buen aspecto y, más frecuentemente de lo que desearíamos, terminan siendo un verdadero incordio, cuando no un problema, a veces serio.

Supongo que a muchos de vosotros os habrá pasado llegar a un lugar a descansar un rato, tomar algo fresco y descargar un poco la mochila.

Muchas veces, al coincidir con otros caminantes, se entabla un breve diálogo y se intercambian algunas impresiones, casi siempre con la sonrisa fácil y sin mayores pretensiones.

¿He dicho sin mayores pretensiones?

Si, esa es mi intención, pero desconozco la de los demás.

Y nos encontramos en unos minutos comentando con esa persona, de la que no tenemos más referencias que una mochila y un camino, nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras inquietudes personales, nuestro origen y cualquier otra cosa que se nos pasa por la frente.

Esta actitud no es mala en sí misma, pero debemos reflexionar que, a veces, se convierte en molesta y hasta peligrosa.

¿Por qué? Pues porque la actitud interrogante, aparentemente comunicativa de algunas personas, termina por ser una máscara para resolver sus problemas de incomunicación, de soledad, y nosotros, con nuestra actitud abierta sin reparos les proponemos, sin ser nuestra intención, una solución a toda esta problemática.

Luego vienen los problemas.

En sólo unos minutos, nuestro interlocutor conoce con todo detalle dónde vamos a parar a continuación, nuestras intenciones de pernoctar, nuestro estado financiero, y miles de cosas más que, a la primera e ingenuamente le servimos en bandeja.

Consecuencias: cuando vamos a reanudar nuestro camino, ya tenemos a nuestro lado, pegados como sombras, a unas compañías que, en unos casos no son deseadas, en otros, no nos apetecen lo más mínimo, y en algunos, más de los que desearíamos, se nos vuelven incómodas y nos tuercen muchas horas de nuestro Camino, esas precioas horas con las que contábamos para nosotros mismos.

Y ya estamos con los cambios de planes para no coincidir más, y las miradas antes de parar en un sitio para evitar encontrarnos con ellos, y el juego del escondite que tanto distrae del Camino muchas veces...

Aquí se plantea el caso de: Vale más una vez rojo que ciento amarillo.

En estos casos deberíamos actuar rápida y contundentemente.

A nadie le puede parecer mal que se le diga a la primera: Buen camino, camino sol@ y así deseo seguir haciéndolo.

Este simple planteamiento nos puede evitar muchos malos ratos, muchos momentos de incomodidad y, cogido a tiempo, nos evita algunas amarguras y algunas situaciones comprometidas más adelante.

Acostumbramos a aconsejar con cierta alegría a los que nos preguntan: no importa ir solo, cuando lleves unas horas caminando ya estarás rodeado de amigos, no te preocupes.

¡Atención! Esto no son las montañas de Heidi, claro que vamos a conocer muchas buenas gentes, claro que vamos a hacer buenas amistades en nuestro Camino, pero atentos, no todo lo que transita por el Camino son gentes libres, abiertas, maravillosas y encantadoras que nos van a regalar amistad, camaradería, buenos momentos; hay que ir preparado para distinguir el grano de la paja y para evitar que nadie, por un mal entendido espíritu de compañerismo, nos pueda torcer nuestro Camino o llenarlo de dudas y sombras.

He visto demasiados casos de gente huyendo literalmente y escondiéndose en el Camino de otras personas como para tomar esto a la ligera.

Que nada ni nadie os saque de vuestro centro. Es vuestro Camino, disfrutadlo. Y recordad: Vale más una vez rojo que ciento amarillo.

Camino, sólo Camino... creo

El caso es que me apetece hablar de Camino... ¿qué raro no?, si eso ya no se lleva, si lo que ahora nos pone es otra cosa... lo intentaremos.

Tardes grises.

Hay muchas tardes, a lo largo del Camino, en las que todo cambia de color, los contornos se diluyen y la vida parece ralentizarse.

Son esas tardes en las que apetece hacer un pequeño corrillo para comentar las incidencias del día, al arrimo de un brasero o de una buena lumbre, con los ojillos a medio cerrar por la modorra después de una larga caminata.

En esas tardes, suele salir mucho de nuestro inconsciente, compartimos más allá de lo que estamos acostumbrados en nuestra cotidianeidad, es más fácil entreabrir las puertas del alma, mostrar un poco de aquello que tanto nos cuesta compartir, aquello de lo que somos tan celosos.

Suelen ser momentos muy provechosos.

El que más y el que menos saca beneficio de la apertura.

Estas tardes transcuren plácidas, lentas, bellas, y mucho tiempo después recordamos lo conversado, lo vivido, lo reído y hasta lo llorado.

Son Buenas Tardes, sin duda.

Y hay otras tardes, a veces las mismas, en las que no estamos para nada.

El frío exterior nos cala los huesos, nos sentimos incapaces de rozarnos con los demás compañeros de Camino, todo está de punta, nos sentimos agobiados, cansados, el roce de una mirada nos produce una quemadura.

Son esas tardes para olvidar, oportunidades perdidas de vivir y de compartir.

He tenido muchas tardes de las dos clases, las primeras te dan vida, las segundas... te la quitan, poco a poco.

No permitáis que esos momentos bajos os entren muy adentro.

Si expermientáis una de esas tardes, metéos en el saco y dormid... dormid mucho, con rabia, mañana todo habrá cambiado... quizá.

Pero no os dejéis devorar por la melancolía, por el desencanto, por lo gris...

Todos valemos mucho más que eso, ni fuera hace tanto frío ni el lobo es tan feroz como lo pintan.

No permitáis que los fantasmas interiores salgan y os destrocen la preciada semilla de la alegría.

Compartid, haced buena una mala tarde, esa es la tarea y ese es el Camino.

Si ofendísteis, pedid perdón humildemente a todo el mundo.

Y dad las gracias por todos los bienes recibidos, y compartidlos con todos los demás.

Por si esta fuera una de esas tardes grises y frías en las que todo te viene de cara, pido disculpas a todo aquel que se haya sentido mal ni un segundo por algo que yo haya dicho o hecho.

Y, al saco, a dormirla.

Que mañana será otro día y habrá que seguir caminando...

lunes, 21 de diciembre de 2009

De balances, cuentas y... saldos

Uno viene de una formación más o menos clásica. Y por ello, y por haber dedicado una gran parte de su vida laboral al ámbito de las finanzas, no puede resistirse a la inveterada costumbre de, llegado el fin de año, tratar de ajustar las cuentas antes de dar carpetazo al ejercicio vigente.

Así que, como ya tantas veces, se pone a la tarea con la desazonante pero grata impresión de que las cosas siguen... más o menos igual.

Es decir, que la suma de lo recibido (Debe) enfrentada a lo dado (Haber) sigue mostrando un diferencial mareante a favor del primero (Debe). Por lo tanto, el saldo deudor no sólo no ha disminuído, sino que se ha incrementado.

Bien es verdad que el ejercicio actual ha sido un tanto decepcionante, no ha habido ocasión de aportar mucho, bien sabe Dios lo que me duele... pero así ha sido.

De manera que, si tenemos en cuenta el Debe acumulado en tantos años de Camino, apabullantemente mayor que lo devuelto al mismo... seguimos presentando una cuenta con dos lecturas diferentes.

En primer lugar, un Debe recibido y consolidado inmenso, lo cual es positivo, muy positivo. Y un Haber devuelto por uno francamente exiguo, lo que no deja de ser preocupante.

En el Debe recibido, Camino, amistad, amor (Eros), Amor (Ágape), ilusión, esperanza, solidaridad, crecimiento, confianza, alegría... todo a raudales.

En el Haber devuelto, nada que nadie de nosotros no pueda aportar, unas horas de desvelo, unos cuantos peregrinos atendidos, y apenas nada más.

Comprenderéis la magnitud de la diferencia y el compromiso que supone asumir el saldo resultante.

Si miráis en vuestra mochila detenidamente, quizá alguno de vosotros encontraréis algo parecido a lo que he tratado de explicar.

Si es así, alegráos, porque la tarea que os queda por delante es inmensa para tratar de compensar, siquiera en una pequeña parte lo recibido.

Si no fuera de esta manera, alegráos más aún por haber sido capaces de multiplicar ciento por uno lo recibido... los demás os lo agradecerán.

Es tiempo de cuentas, de cerrar sumas, cuadernos y contabilidades.

Que cada uno de vosotros, hechas las cuentas, se aplique a compensar las diferencias...

Y que, al final, siempre nos quede la sensación de que podemos dar más de lo que damos, porque ese será el motor de nuestras acciones para los Ejercicios por llegar.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Construir sueños... ( y 6)

... La obra continuaba a todo trapo. Las paredes iban creciendo, nunca faltaron manos ni talento, muchos peregrinos, al pasar por allí, prometían volver a ayudar, y así se fue construyendo, día tras día: parecía que todo iba a resultar, la Casa iba apareciendo ante nuestros ojos como una isla de paz en medio del mar.

Nunca pensamos que uno de los mayores inconvenientes estuviera dentro de la misma obra, en su propia alma y esencia...

Me estoy refiriendo a la forma de construir. Ya dije antes que nunca se sacaron los planos, se construía siguiendo las consignas y la dirección de aquél que primero soñó la obra, aquél que lo tenía todo en su cabeza. Y aquí vino el problema, inevitablemente.

Se materializó cuando un funcionario de la Junta se presentó para precintar las obras. Asi de claro.

¿Qué había ocurrido? Sencillo.

Lo que se estaba construyendo se parecía como un huevo a una castaña a los planos compulsados por el Colegio de Arquitectos que se había depositado junto con la solicitud de licencia de obras. Donde había un muro, se construyeron dos hermosísimas ventanas góticas... donde debía ir una puerta se hizo un gran portalón capaz de permitir la entrada a una recua de mulas... donde iba un tejado de piedra se tapó con una preciosa celosía de alabastro... y así una tras otra irregularidades.

Nada era como debía ser. Todo se improvisaba y ni la belleza de la obra podía superar las irregularidades.

Fue más costoso convencer al jefe de obras que a la propia Junta. No se podía continuar así, las Normas estaba para cumplirlas, no de adorno.

Buenos disgustos costó el asunto, buenas horas de intercambio de todo, desde intensos diálogos a alguna bronca con salida por pies incluída...

Finalmente se impuso la cordura y se acordó no desmontar nada, sino tapar las preciosas ventanas con piedra nueva sin desmontarlas, por si algún día cambiaban las normas y se imponía la belleza sobre la practicidad.

Y con esos pequeños grandes retoques y el pago de las correspondientes multas por infracciones se pudo obtener el permiso para seguir las obras con el aviso serio de interrupción inmediata y definitiva a la siguiente infracción.

¿Se produciría ésta?

Nos conjuramos para que no ocurriese sabiendo en nuestro fuero interno que tratar de mantener a nuestro maestro dentro de la Norma era tarea tan complicada como contener al océano en una galerna.

Pero lo intentamos y todo siguió...

Por aquél entonces la obra iba bien crecidita, pronto se pudo habilitar el ala este de la Casa y se preparó con esmero la inauguración de la misma.

El comedor nuevo ya lucía en todo su humilde eslendor y lo que nació como un sueño ya se podía tocar...

Uno de los recuerdos que permanecen de aquélla época es el pasmo que causaba a algunos peregrinos el comprobar que, como ellos creían, no se trataba de un edificio en ruinas. Más de una vez alguien nos decía con pena:

"¡Qué bonita casa, lástima que se esté cayendo! ¡Señora, no se está cayendo, la estamos haciendo!" era nuestra respuesta, y lo decíamos llenos de orgullo , pues la Casa era idéntica en material y forma de construcción que la vecina Iglesia del siglo XI...

... y la vida siguió y con ella todos crecimos.

Y creció la casa, esa casa que nunca se acabó, que nunca se acaba, que nunca se acabará ¿acaso se acaban los sueños?

Lo que si hubo fue un lento despertar de muchos de nosotros. Poco a poco otros asuntos, otras vidas, fueron reclamando nuestra atención, y lo que ya estaba en marcha fue dando paso a nuevos caminos, nuevos retos, nuevos proyectos...

Y allí queda el sueño hecho realidad, allí lo podéis contemplar, junto a la iglesia y el cementerio, sobre el castillo y al pie de la gran montaña que lo une con la tierra meiga...

Si teneis ocasión, disfrutadlo. Si no os apetece, pasad a verlo y comprobaréis cómo la ilusión, el impulso de un sueño, el trabajo en común, llegan a hacer milagros...

Y todo ello al borde del Camino, de este Camino vuestro al que amamos como se ama a una cuna, a un hogar, a un sueño...

Gracias por compartir estos momentos, este relato en 6 partes, número redondo que se inicia con un gran impulso y termina con una obra de servicio, con una obra coral llevada a cabo por una comunidad de intenciones...

jueves, 17 de diciembre de 2009

Construir sueños... (5)

... ya estaba iniciada la obra, no había marcha atrás. O eso, al menos creíamos nosotros.

Se acordó empezar a construir por la parte más cercana a la iglesia, por el Este. Era una decisión que venía dada por el interés en hacerlo todo como en la Edad Media, era el mejor principio siguiendo el movimiento del Sol, y por la necesidad de no entorpecer la labor diaria de acogida, mientras ésto fuera posible.

Se empezó a desmontar el terreno y a acumular materiales para la construcción. La piedra saldría, en su mayor parte, de los montes cercanos. Allá que nos íbamos con el tractor y el remolque y día a día una inmensa pila de piedras se fue formando frente a la obra.

La pizarra para el tejado apareció sin más un buen día. Así, como os lo digo, apareció frente al refugio. Un gran camión la descargó ante nuestro asombro y apiló los palés ordenadamente. La enviaba Luis, el amigo y peregrino de Lugo que tantas sobremesas compartía con nosotros en las tardes de invierno.

Unas gestiones muy afortunadas del dueño del lugar nos proporcionaron las vigas de madera para la techumbre. Poco a poco fueron tomando su lugar junto a los demás materiales una ingente cantidad de traviesas de tren, con su olor caracteristico, y unos hermosos postes de teléfonos bien pulidos por la intemperie.

Y se comenzó la construcción en sí. Todas las instrucciones las daba el alma del lugar, era ingeniero, capataz, albañil y paleta, todo en uno. Tenía todo el proyecto en su cabeza y nunca le vi mirar un sólo plano a partir de entonces.

Quizá eso fuera lo que, en el devenir del tiempo, empezara a crear problemas...

Las zanjas comenzaron a ocupar todo el espacio, y quien dice zanjas dice mover la tierra, desenterrar... y eso es lo que empezó a suceder. Comenzaron a encontrarse fragmentos de piedra, de cerámica, clavos herrumbrosos... y más cosas. Se trató todo lo que salía de la tierra con mimo, se apartaba, se limpiaba y se almacenaba aparte. Pero no era suficiente.

Entonces cayó inevitablemente la primera orden de suspensión de las obras. Se alegó que había que investigar a fondo los restos encontrados, que no se podía mover ni una piedra hasta que los expertos no dictaminaran sobre el valor de lo hallado... así hasta un sinfin de argumentos legalistas y poco realistas.

Ante nuestra desolación, hubo que interrumpirlo todo. De nada valieron nuestras promesas de respetar todo lo que se encontrara, de guardarlo y entregarlo. Había que parar. Un soplo frío de deshaliento cubrió nuestras ilusiones.

Pero nada iba a quedar ahí, no nos íbamos a rendir, por el proyecto valía la pena poner toda la carne en el asador y nos conjuramos de nuevo a salvar todos los escollos, todas las dificultades, todas las zancadillas. La Casa se iba a construir, por supuesto...

... Se visitó al delegado de Cultura de la Junta, y resultó ser un asiduo del Camino que había pasado varias noches en el Refugio, enamorado del espíritu que allí había encontrado y de la acogida que había recibido siempre. Se puso de nuestro lado y nos prometió tratar de remover obstáculos para que la idea siguiera adelante.

Así que se levantó la prohibición de construir bajo la promesa de respetar todo lo que se hallara, dar cuenta de ello y estar dispuestos a parar en el momento que apareciera algo realmente importante, y bajo la amenaza de terribles sanciones si no se cumplían estas instrucciones. Todo ello aderezado de un guiño de ojo del consejero y una sonrisa de oreja a oreja al darle un buen apretón de manos.

Y todo siguió, y la tierra empezó a desvelar el pasado...

Y comenzaron a aparecer restos de un asentamiento ya olvidado y abandonado, de lo que tenía todas las trazas de ser una gran construcción anterior dedicada al cuidado de los peregrinos. Se investigó a través de todos los medios (en aquélla época no existía Internet), en todas las bibliotecas, y se encontraron vestigios de todas las edades que indicaban que: "Pasada la Iglesia de Santiago, la primer casa a la izquierda estaba ocupada por un Hospital para Peregrinos en los que nunca faltó agua, sal y paja donde reposar los cansados huesos..."

Este descubrimiento supuso el espaldarazo definitivo a nuestros anhelos, volveríamos a levantar esa Casa y se recuperaría su utilidad de siempre.

Y proseguimos con las obras, apareció una pequeña piscina de piedra donde en la antigüedad se debía lavar a los enfermos, se identificaron sin ninguna duda la antigua entrada al edificio, la cocina con sus restos de piedras calcinadas del hogar, las conducciones de agua, y la tierra nos fue devolviendo uno a uno los recuerdos de un pasado como si fueran notas de una partitura que, una vez recompuesta, nos traería la MUSICA, las voces ancestrales que animaron aquél lugar...

... Los milagros empezaron a fluir: un día había que remover las antiguas duchas y lavabos para continuar la obra; sin problemas, aparecía un peregrino que dominaba el arte de la fontanería y en dos días nos desmontaba todo lo existente y lo trasladaba unos metros más allá...

...Otro día había que levantar la instalación eléctrica para continuar con las obras; ¿quién diríais que se alojaba ese día en el Refugio? pues claro, un experto electricista que no tenía inconveniente en trabajar todo un día para ello y así aprovechar la circunstancia para permanecer con nosotros unas horas más...

...Así funcionaban las cosas entonces, con complicidad, con cariño, con QUIMICA...

Y por eso un día apareció una furgoneta con una docena de lavabos nuevos, con su grifería y todo, que nos enviaba una pareja de peregrinos valencianos, justo el día en que habíamos terminado las conducciones nuevas de agua; y por eso un artista de la piedra caminando hacia Santiago hizo un alto en su Camino para labrarnos el símbolo que preside la puerta de entrada a la Casa, justo el día que se estaba levantando el muro principal y se coronaba la puerta de entrada... y tantas y tantas causalidades que nos convencieron de que estábamos en el buen camino y que aquéllo era imparable ...

Eso creímos ...

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Construir sueños... (4)

... Aquél invierno se empezaron a dar los primeros pasos. Había que esperar a que llegara la primavera para comenzar a desmontar, el frío era muy intenso, la tierra estaba especialmente dura y helada, los peregrinos eran un constante gotear, seis, diez, uno, ninguno, pero había que seguir haciendo frente cada día a las necesidades de mantener la hospitalidad intacta, esa era la principal razón de la existencia de aquélla casa y nunca permitiríamos que los nuevos proyectos impidieran esa labor.

Largas tardes de invierno junto a la estufa, conversaciones y discusiones hasta bien entrada la madrugada, siempre el Camino como tema, como monotema, analizando las posibilidades hasta la extenuación, buscando la forma de ir un poco más allá, inventando formas, soñando en fin...

Aquellos largos meses no pasaron en balde, aprendimos mucho unos de otros, leíamos en voz alta después de la comida y después de la cena pasajes del Evangelio de Tomás, ese texto vivo tan querido para el alma del proyecto, y discutíamos sobre aquéllas sabias e inquietantes palabras hasta la extenuación, hasta que ya rendidos nos metíamos en nuestros sacos.

De esas tardes grises, largas, frías e inolvidables, recuerdo a nuestro compañero Jean Louis.

Era un pequeño personaje más parecido a un hobbit que a un humano. Menudo, magro, nervudo y silencioso, absolutamente silencioso. No le gustaba hablar con los humanos, prefería hacerlo con las bestias. Quizá fuera por eso que me tomó como confidente en las largas veladas. Y me confió su preciosa forma de vida allá en los Pirineos, del lado de Francia, su interés en confraternizar con los los lobos y los osos, cómo se acercaba a ellos, les dejaba comida, permitía que se confiaran y les hablaba, si, les hablaba. Todo esto me lo contaba, chillaba, reía, recitaba con una voz preciosa y cantarina, en un idioma difícilmente reconocible, mezcla de francés, euskara, catalán, pero absolutamente expresivo y entendible, sin parar de moverse y gesticular a mi alrededor. Todos los años, antes de que la primavera empezara a hacer despertar los brotes de los campos, Jean Louis aparecía como un reloj. Venía caminando desde los Pirineos, desde su casa. Nunca se alojaba en Albergues ni ciudades, no lo soportaba. Necesitaba la soledad de los campos para poder descansar. No sabía leer ni escribir, pero era sabio. Jamás utilizó ningún documento ni credencial, no los necesitaba, pero llevaba consigo un viejo cuaderno lleno de comentarios en todos los idiomas y con mil letras diferentes. En él se plasmaban frases de aliento, cariñosas, deseos de felicidad, saludos variados de todo tipo de personas coincidentes en algún punto de un Camino, y algún sello no habitual, generalmente de conventos por los que a veces se dejaba caer en solicitud de ayuda. Se empeñó en que yo conservara esa joya, su cuaderno de viaje, su cuaderno de Camino. Lo mantengo como un preciado tesoro (acabo de reencontrarlo en una mudanza complicada, os prometo pasaros algún fragmento pronto).

Aún tengo otro recuerdo físico de aquél pequeño Gran Hombre. Me dejó grabados con un hierro calentado en la estufa, dos bastones cruzados con sus calabazas que adornan mi pequeño bastón de madera. Siempre que lo agarro lo llevo en mi mente. Un año no volvió. Explotó la primavera, pasó el verano y Jean Louis no apareció. Suponemos que continuó su camino. La huerta y la cabaña en la que dormía cuando estaba entre nosotros le echaron de menos. Nosotros más, mucho más ...

... y como dijo Sabina, el invierno duró lo que tarda en llegar la primavera, más o menos, y el proyecto que nos había unido, aquélla ilusión que conservábamos como un preciado tesoro en nuestro interior, sintió, al igual que todo el mundo exterior, los primeros síntomas de que había que empezar a vivir, a hacer algo material, que no nos habíamos juntado para rebozarnos en nuestros recuerdos y añoranzas sino que estábamos allí, juntos, para construir, para materializar un sueño, para hacer realidad una esperanza: todo estaba por hacer.

Así que nos desperezamos de un largo letargo y nos dispusimos a abandonar el capullo que había protegido la larva y a estirar cuidadosa pero impetuosamente nuestras alas y trabajar, la tarea era larga y no podía demorarse más.

Lo primero que decidimos es colocar una primera piedra de la obra como siempre se hace con las cosas perdurables. Para ello elejimos un lugar: sería junto al pozo, ese pozo sagrado, alma del entorno. Cuidadosamente hicimos el hoyo y lo dejamos una noche estrellada velando la ceremonia que se celebraría al día siguiente.

A ella asistieron varias personas venidas de toda la geografía española y algunos convocados de Alemania, Francia e Italia, así como dos peregrinos de Nueva Zelanda y un canadiense que se encontraban allí en ese mágico momento.

En la zanja colocamos primorosamente varias piedras: una traída por el Obispo de una gran ciudad alemana, procedente de la cripta de la catedral, unos fragmentos de azulejos del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial obtenidos rebuscando entre las basuras y deshechos de unas obras de acondicionamiento que se realizaban en ese lugar, un pequeño fragmento de suelo de la Plaza del Obradoiro, un gran cuarzo de las minas frente al pueblo y una piedra de un desierto neozelandés que uno de los peregrinos había trasnportado en su mochila desde allí para depositarla en la Catedral de Santiago. Traía dos, una la dejó en la Cruz de Ferro, y la otra decidió él mismo que cumpliría una mejor misión en aquél lugar en vez de en Compostela.

Todo ello acompañado de una caja metálica con el periódico del día, unas monedas de la época, duros y pesetas y un ejemplar del Evangelio de Tomás junto a una hermosa vieira.

El Obispo alemán roció la tierra con agua del Jordán y, por fin, tomó cuerpo el sueño, ya nada lo pararía ...

O si ...

martes, 15 de diciembre de 2009

Construir sueños... (3)

... a partir de ese momento, el Camino ya no era el mismo. Se había llenado de ilusión, color, promesas, objetivos, ya había algo importante que hacer, ya nada volvería a ser igual.

Sellamos un compromiso de corazón: Luis y su esposa, comerciantes de Lugo, Jean Pierre el pequeño montañés que hablaba con los osos, Francine la bella niña recien casada, y el resto de los peregrinos, nueve en total, que nos encontrábamos allí en aquél momento: la Casa se haría, la haríamos nosotros y cuantos fueran llegando pues el proyecto apuntaba a años de trabajo.

Y, una vez terminado aquél Camino, volvimos, volvimos muchas veces.

Primero había que conseguir unos planos adecuados, unos planos legalmente realizados por un arquitecto y compulsarlos para poder hacer un proyecto serio y solicitar los oportunos permisos. Y comenzó el calvario de despacho en despacho.

El dueño de todo y el promotor in pectore lo tenía muy claro, no quería nada para él, no quería figurar como propietario de nada, quería donar el terreno y su trabajo sin ninguna contrapartida, aquella tierra de la que vivía plantando flores de invernadero, aquel suelo que constituía todo su patrimonio, solamente quería hacer realidad su sueño.

Luego de muchas horas de discusiones y de reflexionar profundamente sobre el tema, se decidió crear una Asociación para diversificar los trabajos, los riesgos y las responsabilidades.

Así que el primer reto era formar una Asociación que llevara adelante el proyecto, darle cuerpo jurídico. Se convocó una reunión fundacional y se redactaron unos estatutos en los que se dejaron bien especificados todos los puntos: La Asociación se haría cargo de la construcción de la Casa y administraría su funcionamiento posterior.

Pero todo eso no era más que la cara material. Lo importante era lo que se avecinaba: una gran Casa para los peregrinos, construída exclusivamente por peregrinos y financiada por aportaciones que no existían pero que no nos cabía la menor duda de que irían llegando. Ese era el reto y a ese nos entregamos todos en cuerpo y alma.

El tiempo se encargaría de enseñarnos muchas cosas: que las dificultades iban a ser muy grandes, pero muy grandes, y lo más importante... que nunca nos iba a faltar de nada, que el Camino nos iba a proveer de todo lo necesario, que las manos nunca iban a escasear y que siempre vale la pena luchar y entregarse por aquéllo que se sueña ...

... El sueño ya estaba en marcha. Ya teníamos la primera parte de la infraestructura legal que haría posible dar los primeros pasos para la realización de "nuestro" (porque ya era nuestro, ya había dejado de ser personal y se había convertido en colectivo) sueño.

Así que, con los planos legalizados y en la mano (por favor, no preguntéis cómo se pagaron; se pagaron y basta, ya os decía que nada nos iba a faltar, era una labor destinada a hacerse, simplemente) y la Asociación creada y legalizada en el Registro Nacional de Asociaciones, comenzó la ardua, inmensa, desoladora a veces y enervante tarea de conseguir los permisos correspondientes, tanto en el Ayuntamiento como en el organismo correspondiente de la Administración Autonómica.

Eso casi merece un relato aparte, pero os ahorro el calvario. Porque fue un auténtico calvario, cualquiera de vosotros que haya tenido la remota idea de construir algo en un lugar cuaquiera conoce ya la forma de actuar de estas administraciones. El Ayuntamiento no tragaba: que era un lugar calificado como rural, que la nueva cnstrucción afeaba el entorno, que no estaba claro el tema de la propiedad futura, que ... todo un rosario de impedimentos y de pruebas al tesón y a la voluntad de aquél puñado de atrevidos.

Por supuesto que en el fondo latían rencillas y envidias ancestrales hacia el alma del proyecto y la persona que lo encarnaba. De manera que recurrimos a la astucia y solicitamos un reunión con todo el pleno municipal para presentarles el proyecto en vivo y en directo por peregrinos venidos de varias partes de España acompañando a peregrinos de varias nacionalidades que vinieron expresamente para ese Acto.

Una vez más, la intervención del Señor Santiago obró el milagro y lo que se presentaba como una batalla más se convirtió en una gloriosa mañana en la que todos los presentes nos volcamos con todas nuestras fuerzas y nuestra ilusión en mostrar a los concejales y al pueblo presente un proyecto que haría llevar el nombre de esa localidad por los cinco continentes allí representados.

Acompañamos la presentación de infinidad de adhesiones llegadas de todas las partes del mundo y algo debió de tocarles el corazón o la codicia (que de todo se veía en sus rostros) pero el caso es que se aprobó por aclamación el proyecto y se recibió la solemne promesa de recibir toda clase de ayuda y apoyo, intelectual e inmaterial, eso si, de toda la Villa.

Salimos del Ayuntamniento henchidos de alegría y cargados con todo tipo de obsequios: bolígrafos, planos y mapas del pueblo y hasta con un escudo de cerámica de la Villa cada uno de nosotros.

El transcurso de los meses y los años nos haría ver que aquéllo fue un espejismo y que el apoyo inicial se convirtió en una carrera de obstáculos que aún no ha terminado...

... Y comenzó la verdadera tarea, planificar el desmontaje de todo lo que había instalado en el terreno que ocuparía la futura Casa de Peregrinos y el ponerse manos a la obra.

Nadie sabía cómo se haría, con qué se haría ni quién realmente la haría pero varias cosas estaban absolutamente claras y marcadas: solamente intervendrían peregrinos vountariamente, sin remuneración alguna y cada uno aportando el tiempo de que dispusiera, se haría siguiendo siempre las instrucciones y a dirección del hombre que lo soñó y que tenía todo el proyecto grabado intensamente en su cabeza, y se emplearían materiales de la propia zona, sin máquinas, a mano, y con los mismos métodos que se emplearon en construir la vecina ilesia de Santiago. De esta manera la Casa se convertiría en una prolongación natural de aquél recinto sagrado del que tendría, en su centro, el pozo que alimentaba y energetizaba todo el entorno...

Ni que decir tiene que todos estos trabajos iniciales ocuparon unos meses durante los cuales una dedicación, y no la menor, consistió en explicar el proyecto a todo aquél que paraba en el lugar, al tiempo que se les atendía como siempre, nunca debería dejar de atenderse la hospitalidad durasen lo que duraran las obras.

Muchas fueron las personas que en ese tiempo pasaron por allí y nos dejaron su huella, su apoyo y, lo que es más importante, su impronta y su recuerdo. No perdamos de vista que era un trabajo vivo, interactivo.

Un lejano día una joven de largo cabello brillante, piel cobriza y ojos intensamente oscuros pasó por la casa. Venía de tierras muy lejanas, de más allá del gran mar y estaba haciendo realidad una ilusión largamente acariciada: recorrer el Camino. Estaba convencida de que aquéllo le cambiaría la vida y tuvo que dejar muchas cosas atrás para lograr su quimera. Nos contaba cómo sufrió los primeros días allá en los Pirineos para vencer su vértigo, cómo otro peregrino la ayudaba y le tendía su bastón para que lo agarrara y poder dar los pasos más aéreos, cómo se sentía desfallecer y cómo remontó con garra y valor para continuar adelante. Nos relataba cómo numerosos amigos y conocidos, algunos sin rostro hasta entonces, la acompañaron, la animaron, la guiaron y la siguieron en su periplo. Y cómo se encontraba ya allí, en su Camino, como si estuviera en su casa y la ilusión que la impulsaba a continuar adelante. Seguramente volvería pues para ella, ésto era ya su casa.

O aquél otro peregrino de las orillas del Ebro, culto y gran conversador, que se nos lanzaba a cantar con su potente vozarrón hasta que nos volvía medio locos y le teníamos que pedir que bajara el tono. Cordial y amistoso donde los hubiera, nos contaba sus proyectos de ir hasta Finisterre y trabajar con los amigos gallegos, de formar parte de alguna Asociación Galega o algo así, de su intensa correspondencia con otros peregrinos y de sus ganas insaciables de recorrer caminos. Con él tuve que librar algún duelo dialéctico más parecido a un cruce de floretes, pero siempre sin sangre ni muerte, por supuesto. Buen colega, amigo y contrincante, ¡vive Dios!

Una presencia dejó un gran recuerdo. Se trataba de un peregrino magro, pequeño, casi diría que flaco que estaba materializando un gran proyecto: venir desde el mar de enfrente caminando hasta el gran mar de occidente. Su máxima ilusión era volver y trabajar en el camino siempre que la vida se lo permitiera y no nos cupo ninguna duda a nadie de que se convertiría en un magnífico "hospitalario", porque hospitalidad era lo que derrochaba, aún recibiéndola. Muchas veces después tuve ocasión de recibir sus visitas, así como de compartir horas en cualquiera de los Albergues del Camino en los que prestaba sus servicios.

El trabajo comenzaba, pero la ilusión y el impulso no hacían más que incrementarse a medida que se empezaron a removerse los primeros obstáculos y a verse camino despejado por el que empezar a transitar...

La vereda se iba desbrozando...

lunes, 14 de diciembre de 2009

Construir sueños... (2)

... Ninguno de nosotros podía creer lo que estaba oyendo.

"¿Y todo eso se puede hacer?".
"¡Claro, no solamente se puede sino que ¡lo voy a hacer!".
"Pero ¿por qué?".

Los ojos de aquél hombre, brillantes hasta entonces, se cubrieron de un leve velo húmedo.

"Porque es el sueño de mi vida, porque era el sueño de mi madre ... Me crié en esa casa que podéis ver al fondo, y allí siempre vi un caldero humeante puesto al fuego. En él se cocía todo aquéllo que se podía: huesos, algún trozo de gallina, muchas berzas, garbanzos, una punta de hunto y patacas, muchas patacas... Nunca vi apagarse aquél fuego y nunca conocí el fondo de aquél caldero. Cuando un caminante asomaba por lo alto de la cuesta, yo corría y lo traía de la mano, se sentaba donde podía y, antes de que se quitara el morral, ya tenía un cacillo ante sus ojos y un buen pedazo de pan bruno, de aquél moreno y compacto, entre sus manos. Eso hizo mi madre durante toda su vida; eso quiero hacer yo. Pero no quiero que, como antaño, el caminante tenga que aparejarse un jergón con paja nueva al arrimo del calor de los animales. Yo lo que quiero es que duerma, que durmáis, en una cama, al calor de la estufa y con unas paredes limpias y secas, y que tengáis una manta para abrigaros..."
"Pero ... eso no es necesario, ya tenemos lo que necesitamos..."
"Nunca se tiene todo lo que se necesita, si eso fuera así no buscaríais, nunca es bastante. Hay que hacer las cosas bien, y así se harán..."

... Sus palabras eran firmes, no dejaban el menor resquicio a la duda. Y allí estábamos nosotros, con la boca abierta, empapándonos de la seguridad, la ilusión y la firmeza que aquél hombre transmitía.

"Bueno, y ¿qué puedo hacer yo? ¿cómo puedo ayudar?".
"¿Cómo? Con tus manos"
"¿Yo?, pero yo nunca he trabajado en la construcción: Creo que no podría..."
"Chaval, ¿tienes manos? ¿tienes ganas? ¿tienes tiempo?"

Así todo en vendaval...

"Un momento, tengo manos, tengo ganas, pero el tiempo no me pertenece, es mío y de mi familia..."
"Tienes lo principal, ya sacarás tiempo... Quiero construírlo con mis propias manos, y con las de peregrinos. No utilizaremos máquinas, todo lo tenemos que hacer nosotros, como se construía en el siglo XI, como se construyó la Iglesia de Santiago, esa que está ahí justo al lado, lo haremos con la piedra que conseguiremos en el monte, igual que ellos, y tardaremos lo que haga falta... ¡pero lo haremos!"

No dejaba de mover las manos sobre los dibujos. Cómo lo haría, cómo hablaría que ninguno de los que allí nos encontrábamos dudamos en ningún momento que esa Casa se haría, ¡vaya si se haría!, y la haríamos nosotros, y los que vinieran detrás, nunca faltarían manos ni voluntad, aquél proyecto saldría adelante, sin duda, el Señor Santiago ayudaría...

En ese momento tomé la decisión: en cuanto acabara mi camino, en cuanto llegara a Santiago, volvería para ver sino se trataba de una alucinación, de un sueño. Sólo faltaban siete días y, en cuanto volviera al trabajo, el primer fin de semana que tuviera libre allí que me plantaría. Una de dos, o el Camino me había vuelto loco o aquella tarea era lo que estaba esperando, una tarea en la que trabajar por un sueño, una forma de devolver tanto y tanto como llevaba recibido y acumulado.

Miré a aquél hombre, le tendí la mano y él me la estrechó entre sus dos enormes manazas. Un calor nada común, una corriente de energía como nunca había experimentado me invadió de los brazos a los pies. Supe entonces que aquella obra se iba a realizar, y que yo la vería hecha, sin ninguna duda...

domingo, 13 de diciembre de 2009

Construir sueños... (1)

La tarde estaba fría, pero fría de hielo, de escarcha sin levantar, gris, bella. Bajo los plásticos todo estaba en calma. Cinco o seis peregrinos, cada uno solo en compañía, cada uno ensimismado en su vida, en su vivencia, ocupábamos todo el espacio de lo que se podría considerar un extraño híbrido entre carpa, invernadero y comedor... más o menos. La tierra bajo nuestros piés, un banco en el que descansar, unas mesas largas llenas de esas cosas que los que caminamos siempre llevamos: cuadernos, una botella con agua, unas flores secas en un rincón, polvo, riñoneras.

Y paz, mucha paz, tensa paz, acogedora paz. No se necesitaba más, nadie pedía más, éramos afortunados por tener todo aquéllo que necesitábamos.

La estufa, al fondo, crepitaba con un puñado de castañas puestas a asar. Algún osado levantaba sus pies y apoyaba sus botas en el borde de hierro. Un ligero olorcillo a goma quemada se mezclaba con el aroma de las castañas.

El patrón de la casa nos propuso un reto, un precioso y loco reto: vamos a levantar en este lugar una casa para peregrinos... Pasados los primeros minutos de incredulidad y estupor se formó un corro de caras iluminadas por una mezcla de sorpresa y ¿por qué no? de ilusión.

Estaba naciendo un sueño...

... Al principio nadie se atrevía a romper el momento encantado. Nos mirábamos, eludíamos los ojos, mis frías manos empezaron a sudar, nuestros corazones comenzaban a acelerarse, pero nadie decía nada; el torbellino de nuestros pensamientos se podría oir con toda seguridad hasta más allá de la puerta, pero nadie se atrevía a preguntar.

Muchas castañas después ( :O) un abrazo, flaco ) me atreví a preguntar mirándole fijamente a los ojos: "¿Qué has dicho?"

El, con los ojos brillantes y su hablar cerrado, muy sereno, volvió a repetir lo que ninguno de nosotros se atrevía a pensar: "Vamos a construir aquí una casa para peregrinos" y, añadió: "¿Me vais a ayudar o no?"

Aquéllo, de repente fue un torbellino de palabras. Todas las que no podíamos articular hasta entonces, se agolpaban ahora en nuetras gargantas: "¿Qué podemos hacer? ¿Aquí, ahora? ¿Puedo ayudar? ¿Cómo se hace eso?"

Aquél hombre se levantó y desapareció tras una vieja cortina en lo que parecía un pequeño cuarto en un extremo de la carpa. En pocos minutos, apareció con las enormes manazas llenas de rollos de papel que, con gesto orgulloso, no tardó ni diez segundos en desplegar cuidadosamente sobre la mesa, extendiéndolos y apoyando unas olorosas manzanas en cada uno de los ángulos.

Ante nuestros ojos ávidos y asombrados, apareció todo un sinnúmero de dibujos de frente, de perfil, en secciones, de escorzo y de cuantas maneras podráis imaginaros de lo que parecía ser un edificio de un par de alturas, las paredes de piedra, los tejados de madera, difícil de definir con palabras normales, pero que desprendía un halo de calidez, una belleza inmaterial que nos atrapó desde el primer instante y del que no podíamos levantar la mirada.

"¿Qué es ésto?" preguntó alguien resumiento lo que todos nosotros queríamos decir y no acertábamos a ello.

"Esto es un Hospital de Peregrinos, vuestro nuevo Hospital de Peregrinos, y lo vamos a hacer entre todos, si me ayudáis"...

viernes, 4 de diciembre de 2009

Las "volvoretas" de la memoria...

... no dejan de revolotear en torno a mí, ahora que la Hospitalidad se entiende de otra manera, cuando lo que valía para hace un año ya no se va a aplicar más...

¡Cómo cambian las ideas, y qué rápido!

Antes, no hace mucho, las cosas se movían a otro ritmo en este Camino, todo tendía a mejorar, ¿de qué otra forma podría ser?, pero a un paso pausado, a la medida del hombre, sin bandazos ni veleidades...

Cuando yo conocí el Camino, hace más de tres lustros, me encontré con una forma de "Acoger" diferente, inesperada, humilde y generosa...

Casi se podría resumir en un lugar y una familia. Me permito escogerlos como ejemplo porque allí, con ellos, aprendí más de "amor fraternal" que en toda mi vida anteriormente.

Los que me acogieron, me ayudaron en mi caminar, formaban una pequeña familia de cuatro personas: un matrimonio y dos de sus hijas, las más pequeñas... Mari Carmen, Jesús, Agueda y Cecilia.

Mari Carmen era todo dulzura, humildad, siempre dispuesta a ayudar, siempre al pie del cañón... Jesús era y es un ser diferente, una fuerza de la naturaleza, un compendio de sabiduría, fuerza física, resistencia, entrega y amor, mucho amor a los demás... Agueda, toda sonrisa y frescura, alegría incondicional... y Cecilia, una niña encantadora, una esponja que atraía a todo lo que se ponía por delante, ávida de crecer...

Esta familia se ocupaba de los caminantes en un marco singular: una especie de carpa, un antiguo invernadero de flores, una estructura irregular de tubos, alambres y plástico, junto a la iglesia de Santiago, en el mismo Camino, a la entrada de Villafranca del Bierzo.

El milagro se producía en aquélla extraña estructura todos los días. Mientras que Jesús se ocupaba de labrar y cultivar la tierra a unos centenares de metros de allí, su mujer y sus hijas esperaban y atendían a los cansados caminantes que caían por aquéllos parajes, les proporcionaban agua fresca, sombra, una ducha fría y reconfortante, conversación y lo más preciado... compañía.

Al caer la tarde, se formaba la mesa para cenar, la hora importante del día, y por allí pasaban los "panes y peces" diarios de un milagro en forma de alimento, sano y natural, ensalada con productos de la huerta, patatas de la tierra, huevos de las gallinas y fruta, fea pero sana, cuidada y recogida con esmero... cada día, hubiera dos o veinte caminantes, nunca faltó nada para nadie.

Entonces no se pedía nada a cambio... ¿nada? no, no es exacto. Se pedía, si era menester, trabajo, ayuda para mantener aquéllo en pie, cada uno lo que supiera hacer: poner un enchufe, ayudar a cavar una zanja para el pozo séptico, arreglar una litera, fregar, barrer... todo lo necesario para seguir en marcha...

No hacía falta nada más. Siempre era así y siempre sería así. Jesús nos contaba como había crecido a pocos metros de allí, donde su madre siempre mantenía encendido un fuego y un puchero sin fondo, rellenado una y mil veces, siempre a punto, para que el que lo necesitase metiese allí su cuchara y sacase algo de caldo las más de las veces, alguna patata si había suerte, y no digamos un hueso con algo de carne pegado si le tocaba la lotería...

Y él quería que todo siguiese así: cada uno que aportara lo que pudiera y que no faltara de nada...

Hoy las cosas han cambiado, mucho. Allí también, para ellos también.

Pero lo que no se debería olvidar ni cambiar nunca es la disposición de estar a pie de Camino, siempre, más cuando había poca gente o nadie que cuando el Camino rebosaba de caminantes y de visitas curiosas, con lluvia, frío, viento, hielo y nieve... entonces más, porque si alguien lo necesitaba, lo necesitaba más, si alguien tenía hambre, tenía más hambre porque no había adónde acudir.

Ahora parece que las cosas se ven de otra manera, los criterios son diferentes, se calcula más y se sustituye la dureza del servicio a los demás por el estudio detallado y frío de las estadísticas. Está bien, el Camino se lo pierde...

Pero yo quiero recordar a gentes como aquéllas que nos enseñaban "amor" a raudales, y creer que su trabajo no fue en vano y que alguna vez, en algún lugar, lograremos revivir ese espíritu y esas formas...

Y ahora, dejemos que las "volvoretas", más sosegadas, sigan revoloteando sobre nuestras cabezas...

jueves, 3 de diciembre de 2009

De nieve y... soledad

Esto escribí el 1 de diciembre de 2004 (ya ha llovido).

Este es un día cualquiera en casa de Tomás:

Esta mañana esta nevando en Manjarín. El invierno asoma con toda su realidad. Ventisca, niebla, frío, humedad... y soledad. Eso es la montaña en este principio de diciembre. Camino en estado puro.

Allá arriba, la hospitalidad sigue tan fuerte como siempre. Solamente subían media docena de peregrinos, pero se han ido juntando alrededor de la estufa. Un café caliente y conversación. Los perros hechos un ovillo a los piés de la estufa.

Allí se respira Amor, camaradería, todo eso que nos enriquece y que tanto añoramos en la vida diaria, allí se regala a espuertas, sobriamente, seriamente, pero con el corazón a flor de piel.

Es admirable que persistan en pie lugares como este, en estos momentos en los que se cuestionan tantas cosas, en los que muchas puertas se cierran ante la escasez de ingresos (atención a este tema, hay muchas sorpresas en este Camino sobre hospitalidad y disponibilidad, y no siempre las cosas son como parecen a primera vista). Aquí siempre, y en estos días duros más que nunca, se encuentra un remanso de paz y de hospitalidad descarnada, despojada de todo adorno, en su estado más puro.

Que nadie espere encontrar ninguna comodidad, esto sólo es útil, útil para recomponer el cuerpo maltrecho y el alma cansada, sólo eso.

Allí seguían cuando les dejé, como siempre, firmes, ayudando, atendiendo a todo aquél que lo necesita y lo requiera, dando ejemplo.

Muchos de vosotros os echaréis al Camino estos próximos días, simplemente precaución, el tiempo ya está difícil, abrigaros bien pues puede haber alguna pequeña sorpresa, y buen camino a todos.

Ah, el roble estaba precioso, majestuoso frente a la niebla, tan acogedor como siempre.

De locos... muy cuerdos

Tomás es un hombre bueno. Con todo lo que eso implica: hombre con su presente, con su pasado, con sus hechos, con sus locuras, con su sencillez y su complejidad, con sus ilusiones y sus manías, un hombre, en suma, como todos nosotros; y bueno, porque bueno es aquél que vive la mayor parte de su vida para los demás, sencillamente.

¿Templario? ¿A estas alturas? Pues probablemente sean momentos en los que el ideal templario pudiera tener carta de naturaleza y vigencia, más que nunca.

¿El último? ¡Hombre, una simplificación muy llamativa, pero, ¿por qué negarle a una persona como él ese título que no dejan de ser dos palabras unidas por algo menos que engrudo?

Así pues, Tomás, orgulloso, firme y aparentemente indestructible, un buen hombre que ayuda a los demás y mantiene enarbolada una bandera de sencillez, de servicio, una gota de rebeldía y libertad, unos gramos de cordura, en este mundo absolutamente abonado a la locura, la zafiedad y la hipocresía.

Mi más rendido tributo de admiración y agradecimiento a Tomás y a sus ayudantes, Paco y compañía.

De viejos papeles extraviados, nunca olvidados, brota este sencillo agradecimiento:

Manjarín es distinto, ya lo sabemos.

Distinto porque no da buen a pinta ¿o si?

Diferente porque allí se mira de frente y no se anda con rodeos: se da lo que se tiene, porque todo el mundo es bien recibido siempre que vaya por derecho y noblemente ¿o no?

Desde luego es diferente porque no se aceptan diferencias, se pide por todo el mundo, se recuerda cada día a las gentes oprimidas de todo el mundo, a los que luchan por su supervivencia y por su libertad ¿o no?

También se diferencia del resto porque en ese lugar las formas superficiales no tienen importancia, no hay platos nuevos, se come lo que se encuentra, pero no falta de nada, porque allí se produce diariamente el milagro de los panes y los peces, porque allí se descansa y se calienta uno al amor de una estufa de leña, porque allí las miradas son más limpias, porque la sonrisa es moneda de cambio, porque no hay luces que nos impidan ver la Luz en cada acto...

Y aún negamos el derecho a existir a personas que mantienen ese remanso de Paz... desde luego este mundo va mal, muy mal.

Bueno, pues el que no entienda ésto lo tiene muy fácil, continúe su camino, mire hacia la izquierda, no se detenga un sólo segundo no vaya a contaminarse de Autenticidad, de Sencillez, de Verdad, que eso es muy, pero que muy malo.

Bendita locura, venga de donde venga, llámese como se llame, con capa o sin capa.

Gracias Tomás, gracias Paco, gracias a todos los sin nombre, pero con Amor.

Manjarín vive, vaya si vive, y vivirá, podemos estar seguros.

Benditos locos.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El Camino iniciático...

Soplan vientos materiales sobre el Camino. Algunos nos quejamos, entre nosotros, de la excesiva inmediatez, materialidad, que se respira, de la falta de un mínimo de trascendencia, de mirar un poco más allá de solucionar el tema del descanso, la comida y los kilómetros más o menos.

Evidentemente, los tiempos son los que son, pero este Camino, todos los que nos involucramos en él, se merecen un punto más de... ¿espiritualidad, trascendencia? No sé, llamadlo como queráis, pero no estamos hablando de una simple ruta de senderismo, de una moda efímera, de un negocio floreciente ni de un pretexto para que politicastros sin más horizonte medren a sus anchas...

Creo que estaréis de acuerdo en que todo eso se queda cojo si no le añadimos un componente más intangible, un impulso menos cuantificable, pero evidente, sea el que sea, un ansia diferente de aprender, de ir más allá de nuestro quehacer diario, de búsqueda interior y exterior... de "iniciar" un nuevo sendero para nosotros y nuestras vidas.

Y es aquí donde nace la vía de la inciación, profunda o ligera, pero inciación al fin y al cabo. Perdamos pues el miedo a ese "palabro" tan inquietante y lancémonos a buscar salidas a nuestras inquietudes...

De viejos papeles extraviados, nunca olvidados, se escapa esta idea un tanto "peregrina" de un Camino ¿iniciático?

"Son infinitas las interpretaciones que se hacen de la Ruta Sagrada que nos lleva al confín de Occidente, al "Fin de la Tierra", nuestro Camino a Santiago.

Dependiendo de las ideas imperantes en cada época, del origen de losperegrinos, de la íntima motivación que los impulsó a emprender su peregrinación, cada uno de ellos da una interpretación diferente a su experiencia. Todos nosotros podemos dar constancia de la diversidad de opiniones que mantienen los peregrinos y cómo, en algunas ocasiones, hablando entre unos y otros, nos asalta la duda de si estaremos hablando del mismo lugar, o incluso del mismo tema.

Y ésto es así porque hay un Camino para cada Peregrino. Y es precisamente esta enriquecedora diversidad la que debe animarnos a compartir con los demás nuestras experiencias personales, para poder obtener entre todos el mayor provecho posible a nuestro esfuerzo.

Animado con esta perspectiva, os propongo una humilde interpretación fruto de mi experiencia de caminante: el Camino como "regalo inciático".

Tradicionalmente se contemplan en todas las iniciaciones tres etapas imprescindibles: una primera etapa de aprendizaje, de adoctrinamiento, a lo largo de la cual se suceden una serie de pruebas que forman parte de la formación misma, y que una vez superadas con éxito, nos conducen a la segunda etapa: la muerte iniciática, interpretada como disponibilidad al abandono de todo lo que significa el hombre anterior, y que, una vez superada, nos lleva a una tercera etapa de resurrección y plenitud, a una existencia nueva encarnada en un hombre nuevo.

Sea cual sea la tradición o el tiempo al que nos remontemos, estas tres constantes se mantienen como eje fundamental en toda iniciación. Así, las encontramos en las tradiciones orientales, en el Islam, en Norteamérica, en Sudamérica, en la tradición y los ritos de los habitantes de la Amazonia, del interior de Africa o de Australia, y, por supuesto, en la Tradición cristiana.

Todas estas tradiciones nos hablan de que el hombre que inicia el Sendero debe adquirir el saber necesario para recorrerlo, debe después pasar por sucesivas pruebas hasta llegar ala prueba suprema de la muerte al ser anterior, y sólo si consigue superarlas y está preparado para ello, accederá al ser nuevo, a la iluminación.

Pues bien, estas tres grandes etapas de evolución las encontramos en la peregrinación a Compostela. El peregrino se sitúa en los Pirineos con toda su carga de incertidumbre, ilusión, temor, dudas y esperanzas acumuladas en su espalda, y se lanza al Camino donde le espera, sonriente, y amable, Navarra, después La Rioja, y van transcurriendo los días acumulando experiencias y conocimiento, como el alumno al principio del curso que va adquiriendo seguridad a medida que va superando las evaluaciones. Si se ha caminado atento, si se ha aprendido la lección, día a día, podrá enfrentarse a lo que va a venir...

Esta etapa nos conduce hasta las puertas del Santuario de San Juan de Ortega, ya en la provincia de Burgos, donde el Camino cambia de signo. No en vano, la muerte ya está al acecho y nos espera,como nos indica la presencia del sepulcro del Santo constructor, al borde mismo del Camino.

A partir de aquí, las pruebas que esperan al caminante van aumentando en dureza. Tendrá la sensación de ir descendiendo al fondo de un pozo, cuya travesía debe efectuar sin más horizonte que la línea plana del cielo y la inmensidad dela tierra.

Es el momento de la soledad, del abandono, de hacer balance de lo pasado, y de enfrentarse a la gran decisión de dejarlo todo todo atrás y preparar el gran salto.

Las tierras de León le recibirán y le conducirán hacia la otra orilla del pozo, una vez traspasados los montes de Astorga, dejando atrás el Valle del Silencio, a través del Bierzo, donde ya se esboza la sonrisa y la esperanza.

Comienza entonces la última etapa, la etapa de resurrección y de plenitud, que pondrá al peregrino, atravesando las tierras gallegas, investido de su nuevo ropaje y reencarnado en un hombre nuevo, cara a cara con la Gloria, en Compostela y, unos pasos más allá, frente al Fin de la Tierra, el principio de una nueva existencia...

Por tanto, nos encontramos ante una experiencia de iniciación que cumple con todos y cada uno de los pasos requeridos. Y, además, está aquí, al lado, al alcance de casi todos, sin tener que marchar a las Cruzadas, sin tener que abandonar las tareas del mundo e ingresar en una orden monástica, sin necesidad de vender la hacienda y distribuírla entre los pobres, sin requerir recluírse en una cueva del desierto como un eremita...

Solamente hay que querer, atreverse y poder. Es un gran regalo para el hombre actual, aquí y ahora.

El Camino siempre está ahí, esperándonos. Es un gran "regalo inicIático".

martes, 1 de diciembre de 2009

Debo partir hacia algún lugar...

Esta es la transcripción de las palabras que acompañan a un Video. Su autora es Edith Checa. No se trata de un copio y pego... es un trabajo de transcripción palabra a palabra... el contenido lo merecía. Es mi hora mejor gastada de los últimos tiempos. Disfrutadla si es vuestro gusto...


"Un peregrino me dijo una vez que el Camino de Santiago es como la propia vida: tal y como te enfrentas a él. así te enfrentas a tu vida.

Pronto comprendí que era verdad, que el Camino ofrece la posibilidad de conocerse a fondo...

Tienes tiempo para reflexionar sobre la propia existencia, sobre la vida y la muerte.

Iba llena de ilusión; la Naturaleza me ofrecía todo lo deseable: aromas extasiadores, trinos de pájaros, aldeas preciosas, árboles, bosques, ríos, cementerios recoletos y silenciosos donde no da miedo que te entierren, corredoiras sombreadas donde refrescarse, donde a la luz le dan permiso de entrada, y entra, y juega entre las sombras para que sonrías, para que contemples y medites sobre la Creación, sobre el creador, sea quien sea, se llame como se llame, esté donde esté...

... y es cuando encuentras lugares creados por el hombre para rezar... y rezas, al creador, y a la Madre Naturaleza, por tí y los tuyos, por todos... y te sientes feliz porque has logrado llegar al lugar exacto donde deseabas llegar.

El nuevo día te hace reflexionar sobre la anterior jornada vivida, y las que te quedan por vivir, y te preguntas: ¿Cómo me he enfrentado al Camino en el día de ayer? y te reconoces en el Camino como en la vida, tal y como te enfrentaste al principio de tu propia vida, con alegría, con ingenuidad, incluso con un poco de miedo quizás al no saber tus limitaciones, pero con tanta ilusión que nada parece que vaya a fallarte...

Cuando la jornada se hace pesada, larga y dura, cuando comienzas a sentir el cansancio real, el dolor real de tu cuerpo por el esfuerzo, y logras llegar a un sitio donde dormir, donde darte una ducha, aunque sea escasa y fría, es cuando te das cuenta de lo poco que hace falta para ser feliz...

El Camino de Santiago podría llamarse también el Camino de los Cementerios. Cada aldea por donde cruzas tiene el suyo, por lo que no puedes dejar de pensar en la Vida y en la Muerte. Te preguntas por qué estamos aquí y por qué tenemos que morir, al menor por qué morir cuando aún no ha llegado la vejez, y puedes llegar a conclusiones como que después de esta Vida tiene que haber algo más.

En la Naturaleza, en el Universo, nada se destruye ni desaparece, sólo se transforma. ¿Por qué dudar entonces en si nos convertiremos en NADA, o nos transformaremos en ALGO?...

Pero tenemos miedo, y estamos muy agotados; a veces sentimos que el Camino es un Calvario, y que no podrás llegar al destino...

Pero, por fin, la contemplación, el silencio interior, hacen que consigas reflexionar y que algo que escribiste hace tiempo, se cumpla :

"Debo partir hacia algún lugar, donde la intensidad de esta luz de amapolas y trigo no me inunde de sueños inalcanzables y enarbole quimeras que luego son llagas que lloran encuentros inasibles...

Debo partir hacia algún lugar donde el rumor de oleaje del dios azul no me cante con voz de lluvia y ronca tormenta, y me embelese con su dulce balanceo de vals enamorado...

Debo partir hacia algún lugar donde el juego y el ritual de la Naturaleza apasionada no me invada del aroma de unos besos, que luego serán pompas de jabón efímeras en mi aire solitario...

Debo partir hacia algún lugar de umbría fresca, donde sólo me rodee el silencio y el tiempo enamorado, un lugar recóndito donde la vida transcurra sin avisos ni señales equívocas...

Debo partir, debo partir... hacia dentro..."

En el Camino, podemos hacer muchos amigos, pero también podemos perder al que va con nosotros.

Es hora de soltar amarras y de navegar solos... y lo haces. Es cuando te das cuenta que antes, acompañado, estabas más solo que ahora que estás solo...

Otras veces, encuentras amigos que pudiste tener, pero se quedaron en el Camino, murieron en él, ya no te cruzarás con ellos, ya no te alcanzarán o les alcanzarás... Aún así, al pasar junto a sus botas, le dices en voz alta: ¡Buen Camino!

Durante días te has sentido lejos del hogar, pero ahora te das cuenta de que tu hogar está donde tú estás, y de que lo has llevado a cuestas como el caracol lleva su casa a todos lados...

Entonces, sabiéndote tu propio hogar, te sientes feliz... y casi cores para llegar al destino...

Y llega la hora... estás muy cerca; el dolor y la fatiga son casi insoportables, pero estás en la Ciudad, has llegado a Santiago. Te habrías quedado para siempre en la Naturaleza, pero esta es tu realidad, y estás aquí para cumplirla.

El sueño cumplido se materializa en esta Ciudad, en sus gentes, en el Apóstol al que visitas aunque tengas que esperar colas... Ya nada te molesta y si te molesta aguantas, las colas, el frío, el cansancio, los dolores, la aglomeración en la iglesia...

... estás exhausto, pero feliz. Vas a abrazar al Santo Apóstol, y llevas colgadas el pecho una concha por cada uno de tus seres queridos. Y sobre todo llevas tu concha, la que has tocado todo el tiempo, para que te diera fuerzas y no desfallecer...

Ahora paseas. Te regocijas en tu proeza porque para tí, dadas tus circunstancias, lo ha sido. Y reflexionas sobre cómo te has enfrentado al Camino, porque así sabes cómo te enfrentas cada día a tu Vida, o cómo debes enfrentarte para conseguir lo que deseas de corazón...

Y te das cuenta de que tienes fuerza de voluntad, amor a la Naturaleza, Amor al prójimo, amor a tí mismo... tesón, fe, ilusión, esperanza... y que con ese cóctel, puedes llegar a donde te propongas...

Te has dado cuenta de que puedes crear tu hogar con las cuatro cosas que llevas en tu macuto... y sabes que, cuando llegues a casa, todo te parecerá excesivo y superfluo... aunque no lo desecharás, todo lo contrario: disfrutarás de tu ducha, que antes te parecía que echaba poca agua; de tu cama, que antes te parecía pequeña; de tus muebles, que antes te parecían pasados de moda e incómodos; de tu familia, que antes sentías que te incordiaba, y ahora los amas con toda tu alma...

Y estarás entonces deseando irte y abrazarlos, comenzar tu vida de nuevo, porque hay un antes y un después del Camino... y te haces propósitos: Cuando llegue a casa... pero, ya estoy en casa... soy yo, mi casa...


Gracias, Edith Checa, por leernos tan bien y por poner palabras a tantos sentimientos, gracias.