sábado, 30 de enero de 2010

Porque pasó... para que no vuelva a ocurrir

Hace ya casi 28 meses, 28 siglos, 28 vidas... Ya no tiene vigencia, ya no es noticia, ya se pasaron muchas páginas, pero la tragedia estuvo allí, allí sigue y, si Dios no lo remedia, volverá, más pronto que tarde.

Por eso, para que no se olvide, para que las voces calladas de rabia no se les lleve el viento de la actualidad, dejamos hoy aquí el relato de una tragedia y de nuestro grano de arena, como testimonio de admiración y de agradecimiento por unas gentes que nos dan todo y se merecen todo...

REPINTADO DEL CAMIÑO A FISTERRA AGOSTO – SEPTIEMBRE 2006

INTRODUCCION

Cuando, a mediados del mes pasado, supimos del fuego, el primer y atávico impulso fue el de salir corriendo. Pero las cadenas cotidianas se encargaron de devolvernos rápidamente a la realidad, y el viaje a Fisterra se tuvo que posponer unos días.

En el interín tuvimos varias conversaciones con Bejo, en las cuales le comentamos nuestra disponibilidad para ayudar en cualquier cosa que se le ocurriera, seguros de que el trabajo era ingente y de que habría quehaceres en cualquier dirección en la que se mirara. Yo me imaginaba todo el tiempo trabajando en el monte, desbrozando, replantando, limpiando o yo que sé, ya se sabe que a veces la imaginación a futuro suele ser bastante simplista. Y ésta fue una de esas veces.

Lo que nunca se nos hubiera ocurrido a ninguno de los dos era que el trabajo que se nos iba a encomendar iba a tener una relación tan directa con el Camino de Santiago como el repintado de las flechas amarillas entre Santiago y Fisterra. Cuando Bejo me lo dijo por teléfono consiguió colocarme en la garganta un nudo que tardé bastante rato en desliar.

Este es un somero relato de las impresiones recogidas en estos días de trabajo de campo. Esperamos que os sea útil para tener en cuenta puntos que no han quedado demasiado claros y que quedan pendientes de una solución definitiva, así como para haceros una idea general del estado del Camino.

Miércoles, 30 de Agosto de 2006 Hospital – Fisterra

Es media mañana cuando nos situamos, spray en mano, frente al primer mojón.

Por motivos de intendencia hemos decidido comenzar, como primer día, cerca de Fisterra, mientras estudiamos la posibilidad de conseguir mapas del Camino para marcar otras etapas a priori más complicadas. De modo que Bejo nos lleva en coche hasta las proximidades de la Fábrica de Carburos de Hospital, unos metros después de la bifurcación a Muxía, lugar donde damos el pistoletazo (o quizás habría que decir sprayazo) de salida a nuestra empresa. Nos da la bendición un mojón que nos dice que estamos a 28,217 kmts. de conquistar el Faro de Fisterra.

>img src="http://www.fotosdelcamino.info/albums/userpics/normal_16_Hospital_6_despu%C3%A9s.JPG">

La mañana es apacible, y no hay rastro de fuegos a nuestro alrededor. Nos ponemos a caminar, remarcando flechas antiguas. Hemos decidido aprovechar no sólo para pintar flechas en las zonas donde el fuego ha actuado, sino también para repasar donde veamos que la pintura está más deteriorada.

Rebasamos el cruceiro que hay en la intersección con la carretera que va a Dumbría, no encontrando áreas quemadas en ésta zona. La normalidad a este nivel, siempre hablando del trazado del Camino, será la tónica dominante hasta pasados unos 500 metros de la ermita da Virxe Das Neves. Un poco antes de llegar a la ermita vemos por primera vez en la lejanía el Faro de Fisterra y la ría de Corcubión. A pesar de haber recorrido ya varias veces estas tierras es la primera vez que nos fijamos en que Fisterra se puede ver desde aquí.

En la ermita repintamos un mojón, y entablamos conversación con un peregrino que viene desde Santiago. Le preguntamos cómo está la señalización en las etapas previas. Nos comenta que, en general y salvo tres o cuatro puntos un poco dudosos, no hay mayores problemas a pesar del fuego. Sin embargo nos recalca algo que otros dos peregrinos nos volverán a decir antes de que acabe el día.

Al parecer, la Oficina del Peregrino de Santiago de Compostela reparte unos planos equívocos a los que van a seguir caminando hasta Fisterra. Parece ser que en esos planos se indica la salida por una calle señalada con nombre erróneo, con lo cual los peregrinos tienen problemas para llegar hasta la Carballeira de San Lourenzo, a la salida de la ciudad.

Nos despedimos del peregrino y dejamos atrás la ermita das Neves. Tras el repechito que la despide empieza el espectáculo. A lo lejos vemos, como marcada a escuadra y cartabón, la línea donde el verde desaparece y empieza la realidad.

El paisaje torna de verde en negro, y luego de negro en muerte, y con ése color nos acompañará ya hasta Fisterra.

…..

( Podríamos gastar muchas líneas, y repetir en cada párrafo, cuán en consideración tenemos a las santas madres de algunos personajes residentes en ésta nuestra querida Galiza, pero, si recalcitráramos tantas veces como quisiéramos, realmente no seríamos capaces de continuar con este informe. De modo que abreviaremos. Vaya desde aquí, y valga una vez por mil, nuestro más sentido recuerdo a esas señoras y, muy muy sobre todo, a tan insignes y aventajados hijos.

Y ahora sigamos trabajando… )

…..

Los casi 10 kilómetros que nos llevarán hasta el centro de Cee tienen como denominador común la desolación más espantosa. En silencio vamos remarcando flechas, e inventamos otras sobre el hollín, aún a sabiendas de que algunas de ellas desaparecerán cuando lleguen las máquinas y se lleven por delante esos inútiles tocones negros.

No importa. Sobre la mierda y las cenizas, aunque sean una denuncia en la nada, con fecha de caducidad, quedan nuestras flechas amarillas, nuestras y de todos los demás, símbolo de vida y de batalla. No nos callaremos.

Un poco más allá de la ermita de San Pedro, como para recalcar ciertas ideas, nos encontramos con que alguien, deprisa y corriendo, ha talado todos los árboles que había a ambos lados del camino, negros por fuera, crudos por dentro, y los ha apilado a nuestro paso. Junto a los montones de troncos vemos una camioneta con logo de “Hnos. Díez, repoblaciones, desbroces y cariñoso cuidado del monte en general”,o algo así…

El Monte do Cruceiro da Armada marca un punto de inflexión en nuestro descenso a Cee. Desde ése punto se ve, antes imposible, la bahía de Corcubión con todos los detalles. El universo verde que flanqueaba la bajada a izquierda y derecha ha desaparecido. A cambio (flaco trueque) si uno afina la vista y tiene suerte avistará las Azores, Jamaica y lo que le pongan . No hay forma de pintar nada en las inestables laderas de ceniza que vemos al bajar.

Después de una hidratación reparadora en el bar del final de la cuesta tiramos hacia el Hospital de Cee. No hemos pintado gran cosa porque entendemos que dentro del casco urbano hay que tener cuidado para evitar herir susceptibilidades. En cualquier caso remarcar que, cuando el Camino tira para la izquierda, hay una pintada que informa de un inexistente albergue en Cee, al cual supuestamente se llegaría siguiendo de frente. Queda pendiente borrar esa señalización y dejar solamente la que baja a la izquierda, para evitar en lo posible confundir a los peregrinos. Hemos preferido no tocarla a la espera de que se decida exactamente cómo señalizar este punto.

Evitamos pintar flechas en el casco urbano de Corcubión, y retomamos la señalización a la altura del Albergue.

Entre Corcubión y Estorde el fuego no ha hecho grandes estragos, pero hemos aprovechado para disipar dudas y sacar de la carretera a los peregrinos en la medida de lo posible, respetando y ampliando la señalización original.

Al llegar a Sardiñeiro nos topamos con un vecino que nos dijo haber señalizado el Camino hace unos 8 años. Nos comentó la conveniencia de señalizar, a la salida de Sardiñeiro, el trazado original del Camino, que no va por la carretera sino por el monte. La entrada es, como todos sabéis, en el centro del pueblo, a la derecha, junto a la cabina del teléfono público. Está perfectamente señalizado una vez que el peregrino lo emboca, aunque quizás si uno camina mirando al frente se le pueden pasar las señales que indican a la derecha

Hemos reforzado la señalización a la entrada, para que el que quiera tome esa opción, teniendo en cuenta que los demás pueden ir por la carretera si así lo desean, que es lo que se ha venido haciendo mayoritariamente hasta ahora a pesar (o a causa) de la ausencia de señales. El Camino por el monte es una preciosa opción, a pesar de que, tal como se intuye desde la carretera, el dueño del mechero lo ha hecho tan bien que no ha dejado nada. Paisajes lunares y el mar al fondo. El Camino, y lo que no es Camino, calcinado literalmente. Uno se avergüenza de pertenecer a esta especie mal llamada humana.

Cuando el Camino se junta con la carretera, a la altura de la entrada a Praia do Talón, ya no hay mayores complicaciones a la hora de señalizar. Con lo que ha quedado, si alguien quiere bajar a Talón no tiene más que andar. Aquel reducto glorioso y escondido que, cual mujer hermosa, sólo se mostraba a quien sabía mirar, aparece ahora despojado y desnudo, vulnerable, a la vista de cualquiera que se digne mirar a su izquierda. De hecho estos días hemos visto más coches aparcados en el arcén y más gente con los flotadores en la playa que lo que habíamos visto en nuestra vida.

DUELE.

Cogemos aire, nos aferramos al spray, y terminamos señalizando la entrada a Praia Langosteira.

Ése es un mundo que, el que haya llegado hasta aquí a pie, debe caminar y masticar a su aire. Langosteira no se toca. De modo que nos olvidamos de eso y retomamos flecha a la entrada de Fisterra. Con sumo cuidado, porque estamos en casco urbano, pero sobre todo porque, si hasta ahora llegaron todos sin flechas, es porque no hacen demasiada falta llegados hasta aquí.

Ha sido un día hermoso y amargo. Amargo y hermoso.

Como todo lo importante.

Jueves, 31 de Agosto de 2006 Santiago – Negreira

A las 10 menos veinte en punto echamos a andar desde la puerta de la catedral de Santiago.

En la Rúa das Hortas, recta hacia abajo en dirección a la Carballeira de San Lourenzo, brillan por su ausencia las señales, tal y como nos dijeron varios peregrinos ayer por la mañana camino de Fisterra. Como se nos supone gente decente no empuñamos el spray hasta que no termina el casco urbano y comienza el asfalto. No será por falta de ganas, pardiez. Ponemos varias flechas discretas en la entrada de la carballeira y en la bajada a la vieja fábrica, que está en obras y en la cual se han cargado parte de la señalización. Terminamos enfilando el Camino hacia Sarela da Baixo. Justo nos da tiempo a girarnos para ver la última imagen de la catedral de Santiago cuando, al girar hacia el frente, comienza la pesadilla. Realmente es cierto que el fuego envolvió Santiago, de forma especialmente virulenta, por tres de sus cuatro lados.

El fuego ha llegado hasta la orilla de las últimas casas, acosándolas de tal manera que todavía nos parece ver a sus gentes defendiéndose a golpe de grito y manguera. En la última de las viviendas vemos cómo saltaron los cristales por efecto del calor, y la forma en que los han sujetado con cinta para que no se desplomen. Marcamos y remarcamos las flechas dudosas antes de seguir adelante.

Nos internamos en el bosque y, de pronto, topamos con el Desierto Negro. Lo que antes eran corredoiras con paredes de piedra a ambos lados, eucaliptos, robles, helechos y fronda verde, desbocada, se han convertido, por obra y desgracia del fuego, en auténticos corredores de la muerte, paisajes lunares testimonio de la miseria humana. ¿Por qué seguimos utilizando la palabra “humano” a la vista de todo esto?.

Miro el suelo, que antes fue hierba, vida y piedras, convertido en erial, quemadas las entrañas, ceniza estéril. Viene a mi mente, como si hubiera estado viéndolo, la forma en que el fuego llegó, barrió en espiral sin compasión, rebotando contra las paredes, y siguió girando locamente hasta fundirlo todo. No ha quedado nada.

Nada.

Pintamos flechas sobre el hollín y sobre las pocas piedras firmes que quedan, a sabiendas de que toda la señalización de esta parte va a desaparecer cuando vengan a talar los árboles. Habrá que estar al tanto entonces para volver a pintarla. Hay un par de puntos dudosos que remarcamos especialmente.

Entre Carballal y Quintáns hay una marquesina de bus junto a unas casas. Es el único lugar, suponemos que por habitado, que se ha librado del acoso del fuego. Pero es una falsa ilusión. Volvemos al bosque y más de lo mismo. Los restos del fuego, ceniza y muerte, nos acompañarán hasta Villestro. Entre este punto y el mesón del Alto do Vento las secuelas son algo menores, pero también se ven zonas quemadas.

Paramos en el Alto do Vento, nos refrescamos un poco, y seguimos. El calor ha hecho acto de presencia, y se prevé que la subida al Alto do Mar de Ovellas va a ser legendaria. No hay punto medio en esta cuesta. O mueres bajo el agua o mueres bajo el calor. Espero de verdad subir algún día hasta Carballo con un día que ayude en algo a pasar el mal trago. Hasta ahora no ha habido suerte.

En Ventosa tenemos, justo al lado de la carretera, una preciosa caseta de venta de chalets al por mayor. Las grúas han empezado a aposentarse junto a lo que se quemó hace unos días. Los camiones y hormigoneras entran y salen de la obra sin solución de continuidad. Qué bonito es el Camino. ¿No es enternecedor ?.

Afrontamos la subida al Mar de Ovellas sin más dilación.

El calor aprieta. Enfilamos la entrada desde Augapesada y comenzamos a subir. No hay grandes daños por fuego en la zona del Camino, repasamos un par de flechas y, con ciertas dificultades, llegamos a la fuente de Trasmonte. No tiene agua. Después de un rato de descanso subimos hasta la aldea de Carballo, donde conseguimos una Coca-cola, y tiramos hasta Ponte Maceira. Señalar que desde Augapesada, donde hemos visto ciertas marcas de fuego, el resto de la etapa, hasta Negreira, está libre de los efectos de los incendios.

Una vez en Ponte Maceira, y tras el preceptivo descanso, seguimos hacia delante en dirección a Negreira. La señalización a la salida del pueblo, una vez fuera de la zona protegida, es un poco deficiente, y la reforzamos remarcando las flechas. Asimismo repintamos las flechas que hay un par de kilómetros después, para tomar el tramo que pasa por debajo del viaducto.

Parece ser que las obras interminables de la carretera que viene desde Negreira han dejado de afectar al trazado del Camino. Pintamos una flecha en uno de los pilares del viaducto y seguimos adelante. Hay un tramo que en invierno se encharca con suma facilidad, haciendo que uno, si no va avisado, se meta en el barro hasta las rodillas. Parece ser, a la vista de las evidencias, que, aunque lleve días sin llover, ahí siempre nos vamos a encontrar con el problema de las humedades. Alguien ha echado unos sacos de cascajo en algunos tramos para paliar los problemas de humedad, pero sigue siendo insuficiente. Esquivamos las balsas de agua y seguimos adelante. Habría que intentar hacer algo en ese tramo para solucionar este problema.

En cualquier caso, se llega sin problemas hasta las estribaciones de Negreira, siguiendo la senda que nos lleva a la izquierda de la carretera entre unas naves industriales. Hay un cruce ahí que tiene casi borrada la señalización, con lo cual la remarcamos antes de seguir adelante y desembocar en la calle mayor del pueblo. Como en ese momento se nos acaba la pintura damos por terminada nuestra labor de hoy, no sin antes constatar que en el centro de Negreira no hay prácticamente ningún tipo de señalización y los peregrinos se las ven y se las desean para averiguar cuál es la calle que los llevará al albergue. El casco urbano de Negreira se parece en esto al de Santiago. Da la impresión de que por no estropear el entorno se obvia el pintado de un par de flechas que guíen a los peregrinos hasta el albergue del pueblo. De hecho cuando paso por allí veo a varios caminantes preguntando a los lugareños cuál es el camino para llegar al refugio. La señalización, aunque sea tarde, se retoma en el momento en que comienza el asfalto a las afueras del pueblo. Quedamos pendientes de pintar un par de flechas cuando retomemos nuestro trabajo.

Hoy ha sido un día duro. El calor apenas ha sido importante si lo comparamos con la desolación de saber que hay lugares que nunca volverán a ser como eran.

Sábado, 2 de Septiembre de 2006 Negreira – Santa Mariña

Salimos de Negreira prácticamente a mediodía. Empezamos nuestra labor en el centro del pueblo, pintando dos pequeñas flechas en los mástiles de sendas señales de tráfico. No queremos pintar flechas en ninguna otra superficie en previsión de que alguien nos pudiera poner alguna pega, así que dejamos esas dos flechas, pequeñas pero imprescindibles a nuestro juicio.

Uno vez que abandonamos el casco urbano reforzamos la señalización en las proximidades del albergue y seguimos camino. Los primeros kilómetros no se han visto afectados por el fuego, y disfrutaremos de la fronda del bosque hasta un poco después de Zas, momento en empezamos a ver las primeras superficies quemadas. Se nota que alguien ha repintado recientemente, además con pintura de señalización vial, unas flechas muy bien hechas. Nos adentramos en la zona quemada y constatamos que la señalización se ha hecho después de los fuegos, con lo que el Camino se sigue sin dificultad. Reforzamos las señales en un par de lugares dudosos y seguimos adelante. Flechas de las mismas características nos acompañarán hasta Olveiroa.

El bosque va tornando paulatinamente de gris en negro y de negro en negro oscuro, aunque sin llegar a los extremos de lo visto el día anterior a la salida de Santiago. A nuestro paso vemos, a izquierda y derecha, restos calcinados de latas de gasolina y de botellas incendiarias, semienterradas en la ceniza sin ningún disimulo. Desde luego queda bastante claro que, al menos aquí, el fuego no ha sido accidental.

Más o menos un kilómetro antes de llegar a Rapote nos encontramos con un cortafuegos, hecho deprisa y corriendo, que se ha cargado el trazado del Camino. Alguna máquina pesada ha movido sin querer una piedra bastante grande con una flecha, de forma que ahora esa flecha indica que hay que seguir por el cortafuegos. Las dimensiones de la piedra impiden que se pueda mover a mano, ni siquiera entre dos personas. Como es previsible, los peregrinos tiran por el cortafuegos. Como tenemos serias dudas de que ése sea el trazado original, antes de marcar nada bifurcamos cada uno por uno de los lados, para volver al punto de inicio del cortafuegos. Uno tira por lo que entendemos que debería ser la senda original, sin encontrar señales en unos 200 metros. El otro, a su vez, lo hace por el cortafuegos, sin encontrar tampoco ninguna señal. Ya que la piedra con la flecha mal orientada es inamovible, y además todos los peregrinos tiran por ahí sin pensarlo dos veces, decidimos señalizar provisionalmente el cortafuegos, que, en unos 300 metros, termina desembocando en una carretera comarcal que pasa junto a la entrada a Feáns. Unos metros más adelante, a la derecha, se ve la entrada a Rapote, así que marcamos flechas hacia el casco del pueblo, hasta empalmar, unos 500 metros más adelante, con el trazado original del Camino. Llegados a éste punto tenemos bastante claro que el Camino, en el punto del conflicto, seguía a la derecha, y no de frente, aunque no hubiera ninguna señalización.

Entendemos esto como una solución provisional, pensando que lo mejor sería que se estudiara la situación y se intentara devolver las cosas a su estado original.

Una vez reubicados, seguimos adelante desde el caserío de Rapote, abandonando los últimos vestigios de monte quemado. Desde este punto, y hasta la ermita de Nª Sª das Neves, el Camino ya no se vuelve a cruzar con el fuego.

En A Pena paramos a descansar un segundo, y los dueños del bar nos atienden a pesar de que es sábado y tienen el local cerrado. Chapeau por ellos, como siempre que hemos pasado por aquí.

Tiramos hasta Vilaserío, donde, al parecer, los dueños del bar son los que tienen las llaves del albergue. Al preguntarles nos desmienten la información, y nos dicen que el albergue está abierto y que la hospitalera vive justo enfrente del mismo, en una casa de color azul que no tiene pérdida.

Efectivamente, picamos a su puerta y nos atiende amablemente. Le explicamos que Begoña nos ha pedido que intentemos averiguar los datos de la hospitalera para poder ponerse en contacto con ella y cambiar impresiones, e intercambiamos con ella los números de teléfono.

Se llama Nidia Alvite, y es una mujer muy amable, de unos 40 años. Se muestra encantada de que alguien de alguna asociación se acuerde de ellos y los tenga en cuenta dentro de la red de albergues que hay entre Santiago y Fisterra. Nos dice que le interesará mucho recibir información del resto de albergues de la zona. Se ve que tiene la mejor disposición del mundo, y el albergue, dentro de sus limitaciones, está limpio y bien cuidado. Adjuntamos unas fotos del mismo.

El resto del trayecto, hasta el bar de la carretera de Pino do Val, fin de etapa por hoy, transcurre sin mayores incidencias que una excelente señalización y un agradable paseo por el Camino.

Domingo, 3 de Septiembre de 2006 Santa Mariña – Hospital

Retomamos la señalización en el punto en que lo dejamos ayer. A la salida de Gueima alguien ha puesto una verja inmensa que impide el acceso al monte Aro, de modo que tenemos que rodearlo por pistas de asfalto hasta llegar a ver el Embalse da Fervenza. El nuevo tramo ha sido señalizado con un montón de carteles del Xacobeo’99 que sabe Dios de qué almacén olvidado habrá rescatado la Xunta.

No se aprecian restos de fuego en el trazado del Camino, a excepción del resultado de los montes que se quemaron el año pasado junto a la parroquia de San Cristóbal de Corzón. Desaparecidos todos los bosques que recordábamos, nos encontramos con una zona de monte bajo llena de porquería y pequeñas ramas producto de la tala de troncos que se ha llevado a cabo tras el incendio.

La señalización sigue siendo reciente y muy buena, y nada más reforzamos en un par de puntos que pudieran ofrecer alguna duda. Es una zona preciosa, y cuando uno camina descansado la disfruta doblemente. Lo único que se podría alegar es el exceso de asfalto que hay que recorrer en este tramo.

El primer día que caminamos un par de peregrinos nos comentaron que habían tenido algún problema en la salida de Olveiroa. Efectivamente, al llegar al pueblo la señalización de salida se nos hace un poco escasa. Pero también es evidente que, por el motivo que sea, no quieren pintar muchas flechas en el casco urbano, así que pintamos una en el suelo que nos parece imprescindible y salimos hacia la zona del lavadero.

En el lavadero pintamos dos flechas hacia la izquierda en el suelo, para subir hacia el monte, ya que da la impresión de que todos los que suben por carretera hasta Hospital lo hacen porque en este punto se saltan la desviación a la izquierda.

Ya con un sol de justicia cubrimos los últimos kilómetros hasta Hospital, remarcando en algunos puntos la señalización desvaída.

Finalmente llegamos al mojón 28,217, punto donde empezamos nuestro trabajo hace unos días, cerrando así el círculo y dando por terminada nuestra labor. Antes de irnos dejamos constancia de nuestra opinión sobre lo ocurrido

A modo de resumen y de agradecimiento

Supongo que no hay palabras que puedan expresar, dentro de esta desgracia, ya inevitable, el gozo de poder pintar de nuevo la vida en amarillo en nuestro querido Camiño a Fisterra. Agradecemos profundamente la confianza y el cariño que se nos han demostrado al encomendarnos esta labor, y esperamos haber hecho las cosas de una manera medianamente aceptable.

Han sido días duros, de constatación del horror, en los cuales hemos asumido que el Camino que conocimos ya no existe en una parte importante, que a partir de ahora tendremos otro diferente, y que quizás algún día se parezca remotamente a aquel vergel que conocimos.

En cualquier caso nada comparado con todas las personas que en esta tierra han perdido todo que poseían, miles y miles de gentes a las cuales nada más les quedan cuatro paredes para cobijarse de los vientos, una impotencia redonda y la certeza de que las cosas nunca volverán a ser iguales.

Ojalá nadie olvide nunca. Ojalá pudiéramos soñar y creer que esto no volverá a ocurrir.

Gracias a todos por lo que hemos recibido.



Adiós para siempre... adiós

Las cosas que se pierden, las que nunca volverán, dejan un espacio en el alma imposible de llenar… Y si esas cosas son las primeras que hemos visto, aquéllas que aprendimos a nombrar, las que nos han arropado en nuestros primeros pasos, las que aprendimos a amar cuando aprendíamos a amar, las que crecieron con nosotros y nos hicieron soñar, reir, volar más allá del horizonte, las que nos vieron llorar a escondidas, las que nos cobijaron cuando el mundo no nos quería, cuando la vida desbocada nos envolvía en su frenesí… el hueco que dejan es inmenso, como una gran bóveda aletargada que nunca volverá a ocuparse como no vuelven las lágrimas que no llegan a derramarse…

El niño que gustaba de bañarse en la luz dorada del atardecer entre los árboles, con las albarcas y el pantalón hechos un ovillo entre las cañas de la orilla del regato, se detuvo lentamente y miró a su desolado contorno.

Nada era como lo recordaba, no conseguía reconocer hasta allí donde llegaba su ahora cansada vista ni los prados, ni los caminos, ni las flores ni los bosques… sencillamente ya no estaban.

El progreso, el maldito progreso y su multitud de adoradores había acabado salvajemente, crudamente, de un plumazo, con todos sus recuerdos, con toda su memoria, con todas sus raíces.

Un fuerte estruendo a su espalda le hizo saltar a un lado del polvoriento camino justo a tiempo de evitar ser arrollado por una máquina monstruosa que llevaba colgados en su pico media docena de troncos aún rezumando la sangre viva que unas horas antes había alimentado las hojas más altas de los eucaliptos, aquéllas que, cuando la oscuridad se empezaba a adueñar cada atardecer de las tierras, aún permanecían encendidas como ascuas ardientes adorando al sol que marchaba a descansar.

Adiós ríos, adiós fontes

adiós regatos pequenos;

adiós vista dos meus ollos

non sei cando nos veremos.

¿Qué estaba pasando con la tierra, con su tierra? ¿Qué maleficio se había abatido sobre las piedras que había aprendido a apilar ordenadamente para separar el maíz de la huerta, las mínimas tierras fértiles de los caminos por los que transitaba el ganado?

¿No estaba aquí, bajo esta loma la encrucijada de caminos con sus montoncitos de piedras sagradas e intocables que los caminantes dejaban como tributo a los buenos espíritus del camino, como promesa de vuelta y de reencuentro? ¡Cuántas horas esperando el paso de Maruxa, fugaz, majestuoso, cuando volvía cada tarde de recoger las vacas para guardarlas! Eran solamente unos segundos, pero ¡qué bella se veía, con todo el contorno recortado contra la luz encendida del ocaso! Y, al pasar, lanzarle una castaña al trasero y salir corriendo fuera del alcance de la vara…

Nada de esto se veía ya… Cuando la nube de polvo dorado se fue aclarando, el vacío más absoluto se le ofreció a la vista. El terreno, antes siempre empapado y tapizado de hojas de envés plateado, aparecía ahora como un erial polvoriento y estéril, sin trazos de vida vegetal.

El estupor se fue adueñando de su pecho. Habían pasado muchos años, pero su memoria se mantenía intacta. Su tesoro, el inmenso caudal de sus recuerdos estaba siendo sacudido por unas imágenes que le recordaban la desolación de una tierra devastada por la ambición humana.

Miña terra, miña terra

terra donde me eu criei

hortiña que quero tanto,

figueiriñas que prantei,

pinares que move o vento,

paxariños piadores,

casiña do meu contento,

muíño dos castañares…

Cuando recibió la carta que le requería para acudir a presentar unas escrituras de propiedad, primero brincó de incomodidad, no le gustaban los papeles y nunca pensó que nadie se acordaría de él después de tantos años…

Era uno más de los que tuvo que partir con lo puesto, su maleta de madera bien fajada por una fuerte cuerda contenía otro tanto como lo que llevaba encima, nada más, y un paquete envuelto en papel de estraza mal escondía media hogaza de pan oscuro y un buen tajo de tocino que se echaría de menos ese invierno en el puchero.

Salió cabizbajo, sin atreverse a mirar atrás, con los ojos húmedos y el corazón en un puño… y se juró que volvería en cuanto pudiera, rico y educado, y compraría las tierras arrendadas por los suyos, y se haría una preciosa casa junto a la higuera y al lado del regato, y llenaría de flores todas sus ventanas, y plantaría hortensias en el camino…

¡Adiós groria! ¡Adiós contento!

¡Deixo a casa onde nacín,

deixo a aldea que conozco,

por un mundo que non vin.

Deixo amigos por estraños,

deixo a vega polo mar,

deixo, en fin, canto ben quero

¡quen pudera non deixar!

El barco que le recogió en Vigo se convirtió por más de cuarenta días en su universo. Allí conoció a otros muchos como él, y al segundo día, una vez empleado todo el primero en llorar por los rincones, ya andaba con los demás enredando de la cubierta a la bodega, jugándose el pitillo liado y acechando los vuelos de las faldas de las mujeres.

Luego la vida le llevó a la trasera del almacén de Abarrotes del pariente aquél lejano y comenzó su lenta ascensión en la escala social de aquél país pujante. Lo demás no tiene mucho interés, mujer e hijos como Dios manda, posición cómoda y mucho trabajo ocuparon su vida y sus horas… pero no sus noches ni sus sueños.

En cuanto cerraba los ojos volvía a sus montes, a sus nieblas, a sus lluvias, a los barros y a los animales, y sus oídos se llenaban de aires de pandero, zanfona y gaitas, y sus pies se lanzaban a un baile frenético y desafiante delante de las rapazas del lugar, y venían los arrumacos, los apartes en la fiesta, y los besos robados en la semipenumbra, y los abrazos torpes…

Todo eso le vino a la mente cuando abrió la carta con membrete oficial del Concello. Como heredero de unos terrenos, se requería su presencia y la aportación de los documentos para llevar a efecto la expropiación de los mismos ante la futura construcción de un Polígono Industrial que iba a traer por fin la prosperidad para las tierras de …

No entendió nada de lo que le pedían, pero vio una preciosa ocasión para volver a refrescar aquéllas imágenes por las que vagaba noche tras noche, y ¡qué carallo! cumplir en parte sus sueños de volver a respirar el aire de su tierra.

Y para allí salió y allí se plantó, en medio de la nada en la que se había convertido todo aquello, en medio de la desolación más absoluta, en medio del infierno desatado y traído a la tierra.

Le enseñaron una preciosa maqueta con muchos árboles, con muchas calles, con muchas aceras donde los niños podrían ir a pasear, con muchas naves industriales donde se almacenarían todo tipo de materiales, con un precioso hotel y una gran terraza, con muchas farolas que alumbrarían día y noche y con… ¿qué era eso que se veía entre tanto cemento?

Parecía una delgada línea blanca que serpenteaba entre todo aquél encantado Parque de las Maravillas… Subía por encima de las calles, atravesaba otras por túneles soterrados, y se perdía allá por el Oeste, junto a las pistas del aeropuerto…

Eso, le dijeron, no tiene importancia… es un simple camino que pasa por allí y que, válgame Dios, había que respetar, habían hecho esfuerzos ímprobos para quitarlo de allí, pero un grupo de locos había conseguido que se mantuviera, allí mismo donde siempre había estado. Pero se habían quitado de en medio el problema con unas maderillas a lo largo del camino y unos matorrales que ya crecerían. Nada importante.

Aquéllo fue lo le faltaba por oir. Ese caminillo insignificante, lo reconoció al instante, era el Camino de los Peregrinos, donde él se apostaba de pequeño a ver pasar gente que no era del pueblo, ni siquiera de la comarca, gente que hablaba idiomas extraños y que caminaba, caminaba sin descanso a través de los bosques y se perdía allá, hacia Santiago. Ël había pasado muchas horas allí, a veces con unas botellas de agua y un plato de higos maduros, y cada vez que veía a alguno de aquéllos caminantes, se iba para él y le ofrecía un trago y un bocado dulce. También habló algunas palabras con ellos, pero se entendía mejor por señas. Y aún guardaba en su bolsillo algo de lo que nunca se desprendió, un descolorido pañuelo negro con topitos blancos que un día un peregrino le dio a cambio de su sonrisa. Lo guardaba con un amor inusitado porque le hablaba de mundos inalcanzables, lejanos, insospechados y de tesón y fortaleza, y de sacrificio y entrega, y de voluntad y esperanza…

En aquél momento comprendió que no tenía nada más que hacer allí, que la codicia de los hombres había ganado la batalla una vez más y que el vacío, ese vacío que dejan las cosas que crecieron con nosotros y que nunca volverán, le acompañaría el resto de su vida…

… Pero también supo entonces que nadie le podría jamás arrebatar sus sueños, y que cada noche, cuando cerrara los ojos volvería a correr por los caminos frescos y tapizados de hojas plateadas, y a esconderse entre los troncos, y a espiar a Maruxa cuando volvía con las vacas y sus piernas se trasparentaban al trasluz del sol declinando, y supo que la tierra nunca muere si la llevamos con nosotros y que los sueños nos mantienen despiertos…

Téñovos, pois, que deixar,

hortiña que tanto amei,

fogueiriña do meu lar,

arboriños que prantei,

fontiña do cabañar.

Adios, adios que me vou

herbiñas do camposanto,

donde meu pai se enterrou,

herbiñas que biquei tanto

terriña que nos criou.

Adiós para siempre, adiós.

Gracias por la música de las palabras y por la inspiración a Rosalía de Castro.

jueves, 21 de enero de 2010

De hórreos, canastros y ... cabaceiros

¿A que a alguno os ha sorprendido un poco? Me refiero al nombre de CABACEIRO que se aplica también a las construcciones más comunmente conocidas como hórreos.

Pues así los denomina D. Ramón Otero Pedrayo en su Historia de Galiza, obra la más inmensamente rica que existe sobre todo lo relacionado con el antiguo reino.

La definición que nos ofrece es la siguiente: "Construcción destiñada a secar e gardal-o millo denantes do mallar"

Está dicho respetando el idioma gallego original, no el normalizado, pero creo que tiene suficiente claridad como para no necesitar traducción. Si acaso, aclarar que millo es maiz en castellano.

Y vamos a abordar el siempre espinoso tema de los pináculos que adornan los hórreos.

Partiremos siempre del respeto más profundo a las creencias de cada quien, sin ánimo de molestar u ofender, pero yendo, si es posible, a las raíces más profundas del por qué de las cosas.

Evidentemente, en el transcurso de los siglos, las costumbres han ido evolucionando y derivando a la par que las creencias imperantes en cada época.

En la actualidad, es lógico presumir que las cruces que actualmente adornan los tejados de la mayoría de los hórreos supervivientes, tienen una función que se define como: " Istes canastros son todo un símbolo, algo así coma un sagrario onde o noso campesiño garda o pan que Deus lle dá, pondo por riba a cruz coma protección e en sinal de gratitude" .

Creo que no escapará a nadie que esta interpretación es muy interesada hacia una de las tendencias más fuertes de la sociedad rural gallega: la iglesia y su inmenso poder.

Por supuesto, hay otras interpretaciones mucho más heterodoxas, pero suficientemente basadas en toda una tradición muy enraizada y que nos lleva a creencias más antiguas: la de la protección por la inducción de las formas.

Esta tendencia nos lleva a suponer que los pináculos en forma de pirámide tenían una utilidad absolutamente práctica basada en la experiencia de que la forma de la pirámide protegería, por una parte, del rayo y de los males que pudieran provenir de la intemperie y, por otra, del conocimiento ancestral de la forma de la pirámide como regenerador y conservador de la energía vital.

Es lógico que la Iglesia católica, siguiendo las directrices de S. Agustín: "destruyera todos aquéllos signos paganos presentes o, en su lugar, los cristianizara sustituyéndolos por figuras católicas".

Así nos llegan las cruces a sustituir a los pináculos, pero, como todo en Galiza es relativo, no consiguieron más que cambiar uno de los símbolos, aquél que da al lado de la puerta de entrada al hórreo, por cruces de distintas formas y significados: " Cruces de tipo celto-británico, cruz equilátera griega de orixe, frorenzada, vaciada, cadrada e, en moitos casos, metida nun circo".

Y, rizando el rizo, en un delirio de religiosidad materialmente interpretada: "A cruz, sinxela en moitos casos, lembra a cruz antefixa das eirexas románicas; nalgún caso leva a imaxe de Xesús; noutro dúas figuras axionlladas que lembran os anxos da coñecida cruz de Oviedo. Alguns, a imitanza do viril, cecáis alusión eucarística o pan que se ha de gardar no hórreo".

En algún momento, más tranquilos, y si el tema es de vuestro interés, nos entretendremos en debatir sobre la "energía inducida de las formas", tema que creo apasionante y del que nunca se termina de aprender.

¡¡¡ YESA NO !!!

Carta abierta enviada a los medios de comunicación:

Estimados Sres.

Una vez más la sinrazón y la falta de escrúpulos se ceban en el Camino de Santiago, en el Patrimonio de la Humanidad, en lo más enraizado de los sentimientos de millones de peregrinos de todo el mundo que llevan en su corazón el recuerdo de lo que fue su transitar por tierras aragonesas, camino de Galicia.

Una vez más, y ya ni se pueden contar, se trata de pasar por encima de Leyes, pueblos, sentimientos y vidas con unos pretextos de supuesto desarrollo falsos y torticeros. No señores, no. No se trata de anclarse en el pasado, no se trata de poner trabas al desarrollo, se trata de dignidad y de memoria, de historia y de Patrimonio material e inmaterial, se trata de supervivencia para unos pueblos minoritarios pero dignos que quieren hacer desaparecer, y con ellos el rastro de un camino milenario que ha sido reconocido como Patrimonio indestructible por Europa.

Y no es que no haya que crecer, no es que no haya que desarrollarse, es que sobran los puertos deportivos donde no hay agua, es que sobran los campos de golf, es que sobran los Macroproyectos de Parques Temáticos del Juego y del derroche. Y es que el precio a pagar por todo eso es la desaparición de pueblos, de vidas, de haciendas y de memoria, es la destrucción de un trazado protegido, es la sinrazón elevada a la máxima expresión.

Les rogamos que todo lo proyectado no siga adelante, ahora que estamos a tiempo, ahora que los árboles siguen ahí, que las piedras que nos han visto pasar sigan ahí, que las personas que nacieron junto a sus antepasados sigan ahí y no en ninguna otra parte.

Como caminante, como peregrino, como persona les pido que paren, que dejen las cosas como están. Es su obligación, den marcha atrás, por justicia y por lógica.

«La protección y gestión de los bienes declarados patrimonio de la humanidad deben garantizar que el valor universal excepcional, las condiciones de integridad y/o autenticidad en el momento de la inscripción en la lista (del Patrimonio Mundial) se mantengan o mejoren en el futuro».

"...De acuerdo con el Expediente de Declaración del Camino de Santiago, cada una de las Comunidades Autónomas, por las que pasa el Camino, debería elaborar, a partir de septiembre de 1993, un Plan Especial de protección de los tramos de Camino incluidos en su territorio. De esta manera quedaría estructurado el sistema de protección del Camino tal como lo establecía la legislación española del momento: la Ley 16/85 y el R. Decreto Legislativo 1/92 de la Ley de Régimen del Suelo y Ordenación Urbana..."

!NO a la ampliación de YESA! ¡NO a la SINRAZON! ¡DEJEN el CAMINO de SANTIAGO como está, como es!

jueves, 7 de enero de 2010

De petos y de Internet... de la de antes, de la de siempre

No corren buenos vientos para la lírica, pero lo último que hay que hacer, es dejar de intentarlo... y lo seguiremos intentando, sobre todo cuando la cabeza se nos llena de malos presagios y de voces enfrentadas, cuando hablar de las cosas del Camino, de las que nos ocurren a diario en él, es una solicitud clamorosa, en un intento más de que las cosas transcurran por donde nos gusta, por lo que nos apasiona, por lo que nos une a casi todos los que frecuentamos este patio de comunidad, esta corrala a veces dormida, a veces enfervorizada, a veces con apariencia de auto de fe...

Y si de "otras vidas" se ha hablado aquí hace muy poco, quizá no sea muy atrevido echar mano de los viejos papeles extraviados, nunca olvidados, y rememorar con cariño lo que a veces acontece entre la niebla, allá donde las cosas siguen siendo como antes, como siempre...

"Antes, mucho antes de que Internet nos lo pusiera fácil, la gente se comunicaba de mil maneras... incluso con el más allá que, como todos sabemos, está más acá de lo que queremos reconocer.

Un brumoso día de hace muuuchos años, antes de que ésto que hacemos ahora fuera posible, encontré en la selva de Samos un locutorio singular.

Este puede ser mi recuerdo: ¡Ay! No me hablen de petos, son mi debilidad.

Algún peto perdido por la selva de Samos, en pleno camino, me ha tenido prendido casi tanto tiempo como a San Virila le tuvo el canto de un pajarillo acá, por Leyre.

Siempre me impresionó encontrar en su interior una vela (de esas coloradas de los veinte duros de antes) encendida y algunas monedas de quinientas pesetas, si, de quinientas, de las de antes, de cuando quinientas pesetas eran cinco libras o medio pelote, allí perdidas entre la niebla, al alcance de cualquiera, sin nadie en una legua alrededor que te pudiera decir nada si caías en la tentación, vamos que había días que no las gastaba yo en todo un día de camino.

Pero os tengo que hacer una confesión que nunca había hecho hasta ahora, y que pensaba que nunca me atrevería a hacer: además de las monedas había un papel cuidadosamente doblado que llamó poderosamente mi atención.

La mañana era de niebla, fría y húmeda, y lo que contenía el papel se traslucía a medias debido a haberse mojado la tinta con la que estaba escrito.

Yo, pecador inmisericorde, insensato sin remedio, osado hasta más no poder, no tuve otra ocurrencia que coger el papel de su sitio, desdoblarlo cuidadosamente y, tras sacar las gafas del fondo de la mochila donde las coloco en cuanto me pongo a caminar, enfrentarme a la lectura de unas letras vacilantes pero claras, escritas escrupulosamente con una caligrafía humilde pero muy sincera que decían más o menos así:

“Pepiño, la niña ya casó. Se la ve muy feliz, parece buen hombre, corto pero bueno. La cosecha fue mala, ya sabes, el agua pudrió las patacas, pero vamos tirando con la venta de la leche. La Rosiña parió su ternero y estuvimos dos semanas sin poderla ordeñar, pero seguimos viviendo. No te olvidamos Pepiño, cada noche enciendo las velas. No te enfríes, cuida que hay mucho relente. Un bico de todos, Pepiño".

Este texto es, palabra más o palabra menos, lo qe leí aquélla mañana. Cuidadosamente, avergonzado por mi atrevimiento, y con la sensación de haber
violado algo muy sagrado, doblé el papel y lo dejé de nuevo en su lugar.

Una ráfaga de aire repentina lo hizo volar hasta el suelo, unos metros más allá.

Tirando la mochila, corrí tras el papel y lo rescaté en el momento en que iba a caer a un regato próximo.

Cuando lo devolví a su lugar, saqué una moneda de veinte pavos (una libra) y la puse sobre el papel, no me atreví a tocar nada más y no tenía nada más pesado en el bolsillo.

Desde entonces, muchas vueltas le he dado en mi cabeza a aquél episodio.

Creo que es la vez que más cerca he estado de la forma trascendente de entender la vida y la muerte de esa gente entrañable, de vosotros, los "galegos".

miércoles, 6 de enero de 2010

Rosa, peregrina...

El día que Rosa durmió en mi casa, allá por 2004, estaba frío y gris.

Era el mes de Marzo y ella era la única persona que aquél día llegó a nuestra puerta.

Le ofrecí toda la casa, para ella sola, y la casa es grande, muy grande.

Se acomodó en la habitación más calentita de la casa y bajó a la mesa camilla.

Con los pies sobre el brasero habló y habló, necesitaba que alguien la escuchara, llevaba varios días caminando en la inmensa soledad del Páramo sin nadie con quien charlar.

Cuando llegó la noche, la dejé las llaves de la casa, allí se quedó sola.

Era la despedida de soltero de mi compañero y no podía dejar de asistir.

Y allí se quedó, de nuevo con su soledad.

Avanzada la madrugada, volví a la casa para ver que todo estuviera en orden y no le faltara de nada.

La luz de la habitación estaba encendida, la calefacción puesta y todo tranquilo, así que marché a continuar la fiesta si ninguna preocupación.

A la mañana siguiente, bien temprano, acudí para ponerla el desayuno.

Estaba desolada, no había pegado ojo en toda la noche, el lugar desconocido, la casa tan grande, la soledad, la habían podido.

Me disculpé, si lo hubiera intuido no la hubiera dejado sola.

Después del desayuno se quedó frita, el cansancio y la noche en vela pudieron más que ella...

Cuando despertó me ofrecí a llevarla hasta donde quisiera para no perder camino, pero ella insistió en marchar sola hasta donde la llevaran sus pasos.

Al día siguiente, camino adelante, la encontré subiendo los montes.

Estaba feliz, radiante.

El miedo del día anterior había sido sustituido por una gran fuerza interior que se le había manifestado al superar las dificultades.

Nos despedimos con un fuerte abrazo y ella insistió en su agradecimiento por la prueba del día anterior y nos prometimos volver a vernos.

Unos días después recibimos en la casa sus dos primeras novelas, dedicadas con gran afecto y cariño.

Y meses después, en el verano, volvió, y fuimos juntos a Espinoso de Compludo donde otra gran mujer, familiar directo suyo, había rehecho una vieja casa y había dedicado un gran salón a acoger a cuantos pasaran por allí.

Gran artista muy polifacética, trabajaba con hilos, pintura y cualquier material que pillaba.

La Casa se denominaba Los Hilos, y ella regalaba a cada persona que llegaba a su puerta un cordón de hilos de colores.

Los míos siguen colgados en la pared: el hilo de la Ilusión, y el hilo de la Fuerza...

Buenos recuerdos de una gran persona y de un buen momento en el Camino...

Buen Camino Rosa, y a todos...


martes, 5 de enero de 2010

Cogiendo vieiras...

Como aquél día, como siempre...

Fisterra, allá en los confines de la tierra conocida, tierra de misterios, tierra de finales, tierra de renaceres...

La tarde es soleada, radiante, clara, luminosa, de esas que te golpean en la cara con todo su vigor, que te recuerdan que el mundo es LUZ, que te hacen entrecerrar los párpados ante la embriaguez de vida que amenaza con explotar en tus retinas.

Viento frío, cortante, helador...

Vuelvo a la playa de Llagosteira, aquélla en cuyas limpias arenas emergió el caballero que saltó con su corcel desde el monte Pindo, tocó suavemente las aguas sobre las Lobeiras y aterrizó con toda su majestad a pocos metros de la orilla, saliendo de la mar con su montura y su capa llenos de conchas de vieiras.

Camino descalzo, zigzagueando por la línea bien definida que separa la arena húmeda de la arena seca. Busco, como siempre, los tesoros que el agua ha depositado durante la noche anterior.

Y comienzan a aparecer: grandes, diminutas, grises, rosas, brillantes, viejas, de todos los tamaños, las vieiras, los preciados tesoros que los peregrinos medievales buscaban con ahínco para coser en sus sombreros, en las esclavinas de sus capas, para que les sirvieran como salvoconducto y certificación de su llegada al Finis Terrae, donde acaba la tierra.

A lo largo de los minutos, de las horas, las bolsas se van llenando... luego descanso en la arena seca, mirando a la mar, los ojos entrecerrados, a veces cerrados del todo, pero sin fuerza, la nariz ensanchada, respirando el aire salado, el aire lleno de esencias marinas, los oídos saturados de música de gaviotas, de silbidos del viento...

Hay que volver, debo y quiero volver...

Las bolsas van a la mochila, ya pesa más de la cuenta, pero ocupan el lugar exacto, no sobra nada..., todo está cumplido...

De vuelta a casa, lavar las vieiras, secarlas, ordenarlas... todo un placer.

Tantos recuerdos, tanta nostalgia, tanta alegría, tanto llanto...

En cada una de ellas un recuerdo, una cara, una sonrisa, un guiño, un momento, Camino.

Misión cumplida..., una vez más...

Hasta siempre Corcubión, Fisterra, hasta siempre, mi casa, vuestra casa...

lunes, 4 de enero de 2010

De una N de más y abrazos entre mundos lejanos....

Ocurrió en el Finis Terrae.

Es cuadrado, recio, fuerte, oscuro, en la madurez plena de su vida, todo eso por delante.

Por detrás parece un genuino armario con unas diminutas patitas que le separan del suelo.

En su mochila cabe todo el mundo, el suyo y el mío, todos los mundos.

Sus pies descalzos sobre las frías losas del albergue, muestran todas las cicatrices de muchos caminos, son anchos y morenos, y sobre ellos se podrían recorres muchos mundos enteros.

Hattori es japonés..., de Canadá, del mismo Toronto, y hoy le ha tocado compartir silencios y aire con un pamplonés de toda la vida, procedente de Almería, criado en Madrid, "galego" de condición y con un contundente apellido vasco...

Camina en soledad, fuera de época, su mejor época según él, cuando las tierras del norte de Canadá descansan bajo una profunda capa de hielo y bruma.

Es entonces cuando él se viene a caminar a España, a lo que él llama el verano eterno, a su querida Galicia...

No es su primera visita a estos confines de la tierra: ya conoce el camino del Norte por la costa, ha atravesado las dehesas desde Sevilla hasta Astorga, atravesado Galiza desde A Coruña hasta Tui..., vamos que está en su casa.

Al principio no habla; sonríe, mira con interés desde la profundidad de los ojillos inverosímiles y brillantes, inclina constantemente su cabeza llevándose las manos juntas al pecho, y mira una y otra vez con curiosidad infantil las fotografías que adornan las paredes del Albergue.

Yo le respeto su silencio, y él respeta mi soledad... todo bien. Pero ¿cuánto va a durar esto?

Exactamente lo que tarda en aparecer el humeante plato de sopa con fideos en la mesa dispuesta para los dos.

No se sorprende, no es la primera vez que ha estado en esta su Casa, pero la cara se le relaja, toma un aspecto un poco más dulce.

Se ofrece, sólo entonces a ayudarme con la mesa.

Yo le digo que se siente y espere, nada más.

El calorcillo de la sopa nos entona a los dos y nos sorprendemos mirándonos directamente a los ojos.

Es un desafío gozoso, es una toma de medidas amable, es un acercamiento, un abrazo entre dos mundos muy lejanos, es el principio de algo mejor...

Y se rompe como por ensalmo el cristal que nos separa... allí se abren las cataratas de sentimientos, de vivencias, de soledades, de agradecimientos mutuos, uno por lo que recibe y no espera, el otro porque recibe más todavía y porque ofrece sin condiciones..., y se aplaca el aire frío del exterior, y el crepúsculo se llena de más colores, y se vuelve a producir el milagro de la compartición, de la comunión sin reservas.

Y ya sale a relucir la alegría de caminar en soledad, de conocer mundos diferentes, de recibir de manos sin nombre pero con rostro, de recuerdos de lugares, de personas, de lágrimas, de dolores, de sufrimientos y de de alegrías, de caídas y vueltas a la fatiga, de... plenitud.

Todo eso nos ocupa mientras van desapareciendo las salchichas cocidas en vino y el reconfortante puré de patatas bien regados con un "viño xove".

Y cuando brindamos con el orujo de miel, de nuevo se ha producido el milagro, de nuevo dos mundos lejanos, muchas veces antagonistas, se abrazan y se complementan, se comprenden y se regocijan juntos.

Y surge una idea que va perfilando en mi interior lo que ya intuía pero no encontraba forma: ahora que el Camino está en un momento crucial de supervivencia, ahora que los valores del espíritu reculan frente a las tendencias de turismo barato, inconsistencia, banalidad, agresión constante a los valores que lo animaban, ahora que el Camino se trocea a conveniencia, como si fuera una larga carrera de etapas o un juego que hay que recorrer en tantas veces como se quiera, entrando y saliendo de él, como si no importaran la inmersión, la finalidad, el sacrificio... ahora es posible que la entrada de peregrinos orientales, con su profunda individualidad y religiosidad, con su forma de concebir la relación entre el hombre y la naturaleza, con su escrupuloso respeto hacia sí mismos y a los demás, con su silencio consigan devolverle su sentido de reto, de sacrificio, de trascendencia, quizá...

Su sonrisa, su paz, su equilibrio; ahora todos estos valores ¿podrían revitalizar este viejo eterno Camino? ¿No serán ellos los que nos aportarán todo el acervo humano, espiritual, que se estaba debilitando y que iba desapareciendo de nuestro Camino?...

Acabada la cena, cada uno vuelve a su mundo interior.

Mientras el hojea algún Libredón, yo me concentro en las pócimas de un vástago del mismo Lucifer en su descubrimiento del amor y el desamor...

De fondo, dos embaucadores se enfrentan en la radio por el poder material, juegan a engatusar al pueblo, prometen y se insultan uno al otro, raca, raca, y más raca... ¡qué lejos estamos de ellos... los dos mundos!

Cuando los ojos se empiezan a cerrar, Hattori se levanta y se despide: "Ever I'll come in this road".

Yo le contesto que, si eso es aí, nos veremos cualquier día, en cualquier otro punto del Camino, cualquier año...

Me mira con cara de no comprender nada.

Hay unos momentos de tensión en los que ninguno de los dos añade ni una palabra.

Y entonces comprendo.

Lo que él me ha dicho con solemnidad es: "Never I'll come in this road"... se estaba despidiendo no sólo de mí sino del Camino, de los Caminos, considera que ya ha terminado su periplo, y afirma solemnemente que JAMAS volverá a estos Caminos.

Es la diferencia entre una N de más o de menos... entre Never y Ever.

El Camino es así, hola y adiós, constante, perpetuo, empezar y terminar. Adiós Hattori..., y gracias.

Cierro el libro y la última frase se queda grabada en mi pensamiento: ¿Cuánto tiempo falta para NUNCA JAMÁS?

domingo, 3 de enero de 2010

Calixto, perro peregrino


Se llamaba Calixto, y era perro peregrino, como constaba en su plateado collar.

Vivía en San Juan de Ortega; su colchoneta particular, que la tenía, ocupaba un lugar de honor bajo la arcada que daba paso a lo que quedaba del antiguo monasterio, junto al Bar de Marce.

Era bajo, pero robusto, una especie de perdiguero de Burgos, de aquéllos que anunciaban antaño los Hush Puppies, patas cortas, orejas muy largas, cuerpo fuerte y largo, y unos ojos entre amistosos y tristes, grandes, oscuros.

Le gustaba andar entre peregrinos, siempre pillando algo de cada uno de ellos, aquí un cacho de bocata, allí un trozo de fruta, todo le venía bien...

Pasaba las tardes alegrando la vida de los caminantes, remoloneando de un lugar a otro, dejándose acariciar por todos y repartiendo algún que otro lametón amistoso.

Era una suerte dormir a su lado, en las cálidas noches de verano, bajo el arco, aguantando sus regulares ronquidos, porque roncaba como buen andarín que era...

Pero cuando Calixto daba la talla era por la mañana.

Sin prisa, se desperezaba y elegía compañía entre los peregrinos que se ponían en marcha hacia Burgos.

Y allá que se marchaba, tan pimpante, con el rabo tieso caminando entre los carrascos, y no paraba hasta las primeras naves industriales a la entrada de Burgos.

Allí, indefectiblemente, se sentaba tranquilamente hasta que algún taxista, que le conocía ya sobradamente, tenía a bien subirlo en su vehículo y transportarlo de vuelta a S. Juan de Ortega donde comenzaba de nuevo la misma historia, día tras día...

Buen amigo de los caminantes y Peregrino de Honor por vocación, mi admiración y respeto por Calixto, perro peregrino.