miércoles, 6 de enero de 2010

Rosa, peregrina...

El día que Rosa durmió en mi casa, allá por 2004, estaba frío y gris.

Era el mes de Marzo y ella era la única persona que aquél día llegó a nuestra puerta.

Le ofrecí toda la casa, para ella sola, y la casa es grande, muy grande.

Se acomodó en la habitación más calentita de la casa y bajó a la mesa camilla.

Con los pies sobre el brasero habló y habló, necesitaba que alguien la escuchara, llevaba varios días caminando en la inmensa soledad del Páramo sin nadie con quien charlar.

Cuando llegó la noche, la dejé las llaves de la casa, allí se quedó sola.

Era la despedida de soltero de mi compañero y no podía dejar de asistir.

Y allí se quedó, de nuevo con su soledad.

Avanzada la madrugada, volví a la casa para ver que todo estuviera en orden y no le faltara de nada.

La luz de la habitación estaba encendida, la calefacción puesta y todo tranquilo, así que marché a continuar la fiesta si ninguna preocupación.

A la mañana siguiente, bien temprano, acudí para ponerla el desayuno.

Estaba desolada, no había pegado ojo en toda la noche, el lugar desconocido, la casa tan grande, la soledad, la habían podido.

Me disculpé, si lo hubiera intuido no la hubiera dejado sola.

Después del desayuno se quedó frita, el cansancio y la noche en vela pudieron más que ella...

Cuando despertó me ofrecí a llevarla hasta donde quisiera para no perder camino, pero ella insistió en marchar sola hasta donde la llevaran sus pasos.

Al día siguiente, camino adelante, la encontré subiendo los montes.

Estaba feliz, radiante.

El miedo del día anterior había sido sustituido por una gran fuerza interior que se le había manifestado al superar las dificultades.

Nos despedimos con un fuerte abrazo y ella insistió en su agradecimiento por la prueba del día anterior y nos prometimos volver a vernos.

Unos días después recibimos en la casa sus dos primeras novelas, dedicadas con gran afecto y cariño.

Y meses después, en el verano, volvió, y fuimos juntos a Espinoso de Compludo donde otra gran mujer, familiar directo suyo, había rehecho una vieja casa y había dedicado un gran salón a acoger a cuantos pasaran por allí.

Gran artista muy polifacética, trabajaba con hilos, pintura y cualquier material que pillaba.

La Casa se denominaba Los Hilos, y ella regalaba a cada persona que llegaba a su puerta un cordón de hilos de colores.

Los míos siguen colgados en la pared: el hilo de la Ilusión, y el hilo de la Fuerza...

Buenos recuerdos de una gran persona y de un buen momento en el Camino...

Buen Camino Rosa, y a todos...


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