sábado, 30 de enero de 2010

Adiós para siempre... adiós

Las cosas que se pierden, las que nunca volverán, dejan un espacio en el alma imposible de llenar… Y si esas cosas son las primeras que hemos visto, aquéllas que aprendimos a nombrar, las que nos han arropado en nuestros primeros pasos, las que aprendimos a amar cuando aprendíamos a amar, las que crecieron con nosotros y nos hicieron soñar, reir, volar más allá del horizonte, las que nos vieron llorar a escondidas, las que nos cobijaron cuando el mundo no nos quería, cuando la vida desbocada nos envolvía en su frenesí… el hueco que dejan es inmenso, como una gran bóveda aletargada que nunca volverá a ocuparse como no vuelven las lágrimas que no llegan a derramarse…

El niño que gustaba de bañarse en la luz dorada del atardecer entre los árboles, con las albarcas y el pantalón hechos un ovillo entre las cañas de la orilla del regato, se detuvo lentamente y miró a su desolado contorno.

Nada era como lo recordaba, no conseguía reconocer hasta allí donde llegaba su ahora cansada vista ni los prados, ni los caminos, ni las flores ni los bosques… sencillamente ya no estaban.

El progreso, el maldito progreso y su multitud de adoradores había acabado salvajemente, crudamente, de un plumazo, con todos sus recuerdos, con toda su memoria, con todas sus raíces.

Un fuerte estruendo a su espalda le hizo saltar a un lado del polvoriento camino justo a tiempo de evitar ser arrollado por una máquina monstruosa que llevaba colgados en su pico media docena de troncos aún rezumando la sangre viva que unas horas antes había alimentado las hojas más altas de los eucaliptos, aquéllas que, cuando la oscuridad se empezaba a adueñar cada atardecer de las tierras, aún permanecían encendidas como ascuas ardientes adorando al sol que marchaba a descansar.

Adiós ríos, adiós fontes

adiós regatos pequenos;

adiós vista dos meus ollos

non sei cando nos veremos.

¿Qué estaba pasando con la tierra, con su tierra? ¿Qué maleficio se había abatido sobre las piedras que había aprendido a apilar ordenadamente para separar el maíz de la huerta, las mínimas tierras fértiles de los caminos por los que transitaba el ganado?

¿No estaba aquí, bajo esta loma la encrucijada de caminos con sus montoncitos de piedras sagradas e intocables que los caminantes dejaban como tributo a los buenos espíritus del camino, como promesa de vuelta y de reencuentro? ¡Cuántas horas esperando el paso de Maruxa, fugaz, majestuoso, cuando volvía cada tarde de recoger las vacas para guardarlas! Eran solamente unos segundos, pero ¡qué bella se veía, con todo el contorno recortado contra la luz encendida del ocaso! Y, al pasar, lanzarle una castaña al trasero y salir corriendo fuera del alcance de la vara…

Nada de esto se veía ya… Cuando la nube de polvo dorado se fue aclarando, el vacío más absoluto se le ofreció a la vista. El terreno, antes siempre empapado y tapizado de hojas de envés plateado, aparecía ahora como un erial polvoriento y estéril, sin trazos de vida vegetal.

El estupor se fue adueñando de su pecho. Habían pasado muchos años, pero su memoria se mantenía intacta. Su tesoro, el inmenso caudal de sus recuerdos estaba siendo sacudido por unas imágenes que le recordaban la desolación de una tierra devastada por la ambición humana.

Miña terra, miña terra

terra donde me eu criei

hortiña que quero tanto,

figueiriñas que prantei,

pinares que move o vento,

paxariños piadores,

casiña do meu contento,

muíño dos castañares…

Cuando recibió la carta que le requería para acudir a presentar unas escrituras de propiedad, primero brincó de incomodidad, no le gustaban los papeles y nunca pensó que nadie se acordaría de él después de tantos años…

Era uno más de los que tuvo que partir con lo puesto, su maleta de madera bien fajada por una fuerte cuerda contenía otro tanto como lo que llevaba encima, nada más, y un paquete envuelto en papel de estraza mal escondía media hogaza de pan oscuro y un buen tajo de tocino que se echaría de menos ese invierno en el puchero.

Salió cabizbajo, sin atreverse a mirar atrás, con los ojos húmedos y el corazón en un puño… y se juró que volvería en cuanto pudiera, rico y educado, y compraría las tierras arrendadas por los suyos, y se haría una preciosa casa junto a la higuera y al lado del regato, y llenaría de flores todas sus ventanas, y plantaría hortensias en el camino…

¡Adiós groria! ¡Adiós contento!

¡Deixo a casa onde nacín,

deixo a aldea que conozco,

por un mundo que non vin.

Deixo amigos por estraños,

deixo a vega polo mar,

deixo, en fin, canto ben quero

¡quen pudera non deixar!

El barco que le recogió en Vigo se convirtió por más de cuarenta días en su universo. Allí conoció a otros muchos como él, y al segundo día, una vez empleado todo el primero en llorar por los rincones, ya andaba con los demás enredando de la cubierta a la bodega, jugándose el pitillo liado y acechando los vuelos de las faldas de las mujeres.

Luego la vida le llevó a la trasera del almacén de Abarrotes del pariente aquél lejano y comenzó su lenta ascensión en la escala social de aquél país pujante. Lo demás no tiene mucho interés, mujer e hijos como Dios manda, posición cómoda y mucho trabajo ocuparon su vida y sus horas… pero no sus noches ni sus sueños.

En cuanto cerraba los ojos volvía a sus montes, a sus nieblas, a sus lluvias, a los barros y a los animales, y sus oídos se llenaban de aires de pandero, zanfona y gaitas, y sus pies se lanzaban a un baile frenético y desafiante delante de las rapazas del lugar, y venían los arrumacos, los apartes en la fiesta, y los besos robados en la semipenumbra, y los abrazos torpes…

Todo eso le vino a la mente cuando abrió la carta con membrete oficial del Concello. Como heredero de unos terrenos, se requería su presencia y la aportación de los documentos para llevar a efecto la expropiación de los mismos ante la futura construcción de un Polígono Industrial que iba a traer por fin la prosperidad para las tierras de …

No entendió nada de lo que le pedían, pero vio una preciosa ocasión para volver a refrescar aquéllas imágenes por las que vagaba noche tras noche, y ¡qué carallo! cumplir en parte sus sueños de volver a respirar el aire de su tierra.

Y para allí salió y allí se plantó, en medio de la nada en la que se había convertido todo aquello, en medio de la desolación más absoluta, en medio del infierno desatado y traído a la tierra.

Le enseñaron una preciosa maqueta con muchos árboles, con muchas calles, con muchas aceras donde los niños podrían ir a pasear, con muchas naves industriales donde se almacenarían todo tipo de materiales, con un precioso hotel y una gran terraza, con muchas farolas que alumbrarían día y noche y con… ¿qué era eso que se veía entre tanto cemento?

Parecía una delgada línea blanca que serpenteaba entre todo aquél encantado Parque de las Maravillas… Subía por encima de las calles, atravesaba otras por túneles soterrados, y se perdía allá por el Oeste, junto a las pistas del aeropuerto…

Eso, le dijeron, no tiene importancia… es un simple camino que pasa por allí y que, válgame Dios, había que respetar, habían hecho esfuerzos ímprobos para quitarlo de allí, pero un grupo de locos había conseguido que se mantuviera, allí mismo donde siempre había estado. Pero se habían quitado de en medio el problema con unas maderillas a lo largo del camino y unos matorrales que ya crecerían. Nada importante.

Aquéllo fue lo le faltaba por oir. Ese caminillo insignificante, lo reconoció al instante, era el Camino de los Peregrinos, donde él se apostaba de pequeño a ver pasar gente que no era del pueblo, ni siquiera de la comarca, gente que hablaba idiomas extraños y que caminaba, caminaba sin descanso a través de los bosques y se perdía allá, hacia Santiago. Ël había pasado muchas horas allí, a veces con unas botellas de agua y un plato de higos maduros, y cada vez que veía a alguno de aquéllos caminantes, se iba para él y le ofrecía un trago y un bocado dulce. También habló algunas palabras con ellos, pero se entendía mejor por señas. Y aún guardaba en su bolsillo algo de lo que nunca se desprendió, un descolorido pañuelo negro con topitos blancos que un día un peregrino le dio a cambio de su sonrisa. Lo guardaba con un amor inusitado porque le hablaba de mundos inalcanzables, lejanos, insospechados y de tesón y fortaleza, y de sacrificio y entrega, y de voluntad y esperanza…

En aquél momento comprendió que no tenía nada más que hacer allí, que la codicia de los hombres había ganado la batalla una vez más y que el vacío, ese vacío que dejan las cosas que crecieron con nosotros y que nunca volverán, le acompañaría el resto de su vida…

… Pero también supo entonces que nadie le podría jamás arrebatar sus sueños, y que cada noche, cuando cerrara los ojos volvería a correr por los caminos frescos y tapizados de hojas plateadas, y a esconderse entre los troncos, y a espiar a Maruxa cuando volvía con las vacas y sus piernas se trasparentaban al trasluz del sol declinando, y supo que la tierra nunca muere si la llevamos con nosotros y que los sueños nos mantienen despiertos…

Téñovos, pois, que deixar,

hortiña que tanto amei,

fogueiriña do meu lar,

arboriños que prantei,

fontiña do cabañar.

Adios, adios que me vou

herbiñas do camposanto,

donde meu pai se enterrou,

herbiñas que biquei tanto

terriña que nos criou.

Adiós para siempre, adiós.

Gracias por la música de las palabras y por la inspiración a Rosalía de Castro.

3 comentarios:

  1. “Progreso: Acción de ir hacia delante. Avance, adelanto, perfeccionamiento”, Diccionario de la Real Academia Española

    “La idea de progreso es un concepto que indica la existencia de un sentido de mejora en la condición humana” Wikipedia

    Entonces, ¿quién puede estar contra este progreso?. Nada, ni nadie en su sano juicio diría uno. Es obvio. Entonces, ¿porque oponerse a la destrucción sistemática e implacable de nuestro Patrimonio Natural, Histórico y Cultural si se hace, sistemáticamente, bajo el estandarte del progreso?.

    La respuesta, aparentemente, es muy sencilla. Tan sencilla como resolver la cuestión de por donde empezar a construir una casa, ¿por el tejado, o por los cimientos?. Nadie esta preguntando si queremos tejado o cimientos, queremos construir una casa, como conjunto es donde reside la utilidad, el sentido. Queremos progresar, desde los cimientos hasta el tejado. Lo contrario tan siquiera sería empezar… al menos desde un sentido de permanencia y solidez.

    Si como acabamos de leer, el progreso es una acción que parte de algo, no de la nada, y que indica un sentido de avance, de mejora, ¿que sentido tiene entonces destruir los cimientos desde donde partimos?. Y no nos engañemos, pero tampoco dejemos que nos engañen, nuestro Patrimonio Natural, Histórico y Cultural son nuestras raíces, nuestro acerbo, nuestra cuna desde la que partimos un día, nuestros cimientos. Sin ellos, no puede existir la acción o el concepto de avanzar, adelantar, o perfeccionar. Porque sencillamente, sin cimientos no hay tejado, sin raíces no obtenemos frutos, sin nuestro Patrimonio Natural, Histórico y Cultural, cualquier supuesto progreso carecerá de su sentido fundamental, de su sentido de mejora, porque precisamente de ahí es de donde partimos un día.

    Pues en esas estamos. Sistemáticamente anteponiendo el concepto “progreso” para justificar lo injustificables en si mismo. Matando nuestro Patrimonio, matamos nuestro Progreso, al menos el autentico progreso, el que nos deberíamos merecer, y especialmente exigir. Un PROGRESO en mayúsculas.
    Aunque es evidente que en la mayoría de la ocasiones, quienes alzan y agitan el estandarte del progreso, se refieren a otro tipo de “progreso”, y a ese que se refieren en un característico juego malabar de medias palabras de embaucadores, de vendedores de elixires “mágicos”, no es otro que un “progreso” particular, el basado habitualmente en intereses muy personales, y/o particulares de familias, clanes o partidos. A lo que habitualmente, y en lenguaje llano, llamamos especulación, pelotazos, y corrupción. Conceptos todos ellos que no producen tejido y fibra que permita avanzar, progresar. Hoy aquí, mañana allí, “progresando” con la misma frivolidad y volubilidad que el mismo aire.

    enrique

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  2. Gracias Enrique. Me acabas de mostrar, en palabras, todo lo que mi corazón siente y no era capaz de expresar.
    Gracias, de corazón, por la lección.

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  3. Las Gracias son tuyas Ramón... Que difícil es encontrar hoy la palabra Compromiso hecha estandarte.

    Abrazos,

    enrique

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