lunes, 4 de enero de 2010

De una N de más y abrazos entre mundos lejanos....

Ocurrió en el Finis Terrae.

Es cuadrado, recio, fuerte, oscuro, en la madurez plena de su vida, todo eso por delante.

Por detrás parece un genuino armario con unas diminutas patitas que le separan del suelo.

En su mochila cabe todo el mundo, el suyo y el mío, todos los mundos.

Sus pies descalzos sobre las frías losas del albergue, muestran todas las cicatrices de muchos caminos, son anchos y morenos, y sobre ellos se podrían recorres muchos mundos enteros.

Hattori es japonés..., de Canadá, del mismo Toronto, y hoy le ha tocado compartir silencios y aire con un pamplonés de toda la vida, procedente de Almería, criado en Madrid, "galego" de condición y con un contundente apellido vasco...

Camina en soledad, fuera de época, su mejor época según él, cuando las tierras del norte de Canadá descansan bajo una profunda capa de hielo y bruma.

Es entonces cuando él se viene a caminar a España, a lo que él llama el verano eterno, a su querida Galicia...

No es su primera visita a estos confines de la tierra: ya conoce el camino del Norte por la costa, ha atravesado las dehesas desde Sevilla hasta Astorga, atravesado Galiza desde A Coruña hasta Tui..., vamos que está en su casa.

Al principio no habla; sonríe, mira con interés desde la profundidad de los ojillos inverosímiles y brillantes, inclina constantemente su cabeza llevándose las manos juntas al pecho, y mira una y otra vez con curiosidad infantil las fotografías que adornan las paredes del Albergue.

Yo le respeto su silencio, y él respeta mi soledad... todo bien. Pero ¿cuánto va a durar esto?

Exactamente lo que tarda en aparecer el humeante plato de sopa con fideos en la mesa dispuesta para los dos.

No se sorprende, no es la primera vez que ha estado en esta su Casa, pero la cara se le relaja, toma un aspecto un poco más dulce.

Se ofrece, sólo entonces a ayudarme con la mesa.

Yo le digo que se siente y espere, nada más.

El calorcillo de la sopa nos entona a los dos y nos sorprendemos mirándonos directamente a los ojos.

Es un desafío gozoso, es una toma de medidas amable, es un acercamiento, un abrazo entre dos mundos muy lejanos, es el principio de algo mejor...

Y se rompe como por ensalmo el cristal que nos separa... allí se abren las cataratas de sentimientos, de vivencias, de soledades, de agradecimientos mutuos, uno por lo que recibe y no espera, el otro porque recibe más todavía y porque ofrece sin condiciones..., y se aplaca el aire frío del exterior, y el crepúsculo se llena de más colores, y se vuelve a producir el milagro de la compartición, de la comunión sin reservas.

Y ya sale a relucir la alegría de caminar en soledad, de conocer mundos diferentes, de recibir de manos sin nombre pero con rostro, de recuerdos de lugares, de personas, de lágrimas, de dolores, de sufrimientos y de de alegrías, de caídas y vueltas a la fatiga, de... plenitud.

Todo eso nos ocupa mientras van desapareciendo las salchichas cocidas en vino y el reconfortante puré de patatas bien regados con un "viño xove".

Y cuando brindamos con el orujo de miel, de nuevo se ha producido el milagro, de nuevo dos mundos lejanos, muchas veces antagonistas, se abrazan y se complementan, se comprenden y se regocijan juntos.

Y surge una idea que va perfilando en mi interior lo que ya intuía pero no encontraba forma: ahora que el Camino está en un momento crucial de supervivencia, ahora que los valores del espíritu reculan frente a las tendencias de turismo barato, inconsistencia, banalidad, agresión constante a los valores que lo animaban, ahora que el Camino se trocea a conveniencia, como si fuera una larga carrera de etapas o un juego que hay que recorrer en tantas veces como se quiera, entrando y saliendo de él, como si no importaran la inmersión, la finalidad, el sacrificio... ahora es posible que la entrada de peregrinos orientales, con su profunda individualidad y religiosidad, con su forma de concebir la relación entre el hombre y la naturaleza, con su escrupuloso respeto hacia sí mismos y a los demás, con su silencio consigan devolverle su sentido de reto, de sacrificio, de trascendencia, quizá...

Su sonrisa, su paz, su equilibrio; ahora todos estos valores ¿podrían revitalizar este viejo eterno Camino? ¿No serán ellos los que nos aportarán todo el acervo humano, espiritual, que se estaba debilitando y que iba desapareciendo de nuestro Camino?...

Acabada la cena, cada uno vuelve a su mundo interior.

Mientras el hojea algún Libredón, yo me concentro en las pócimas de un vástago del mismo Lucifer en su descubrimiento del amor y el desamor...

De fondo, dos embaucadores se enfrentan en la radio por el poder material, juegan a engatusar al pueblo, prometen y se insultan uno al otro, raca, raca, y más raca... ¡qué lejos estamos de ellos... los dos mundos!

Cuando los ojos se empiezan a cerrar, Hattori se levanta y se despide: "Ever I'll come in this road".

Yo le contesto que, si eso es aí, nos veremos cualquier día, en cualquier otro punto del Camino, cualquier año...

Me mira con cara de no comprender nada.

Hay unos momentos de tensión en los que ninguno de los dos añade ni una palabra.

Y entonces comprendo.

Lo que él me ha dicho con solemnidad es: "Never I'll come in this road"... se estaba despidiendo no sólo de mí sino del Camino, de los Caminos, considera que ya ha terminado su periplo, y afirma solemnemente que JAMAS volverá a estos Caminos.

Es la diferencia entre una N de más o de menos... entre Never y Ever.

El Camino es así, hola y adiós, constante, perpetuo, empezar y terminar. Adiós Hattori..., y gracias.

Cierro el libro y la última frase se queda grabada en mi pensamiento: ¿Cuánto tiempo falta para NUNCA JAMÁS?

2 comentarios:

  1. Ramón,

    Quizás estés en lo cierto. Este año, mejor dicho, hay que decir ya el pasado, coincidí desde Bercianos con un Sr. coreano (aprox. 72 años) y una bella Srta. también coreana (aprox. 30 años). Ninguna relaciòn entre ellos y una bonita historia que empezó en Estella.

    Se conocieron el el albergue municipal y tras pensarlo, él le ofreció un pacto: Yo puedo ayudarte a ti y tu puedes necesitar mi apoyo en un momento concreto. Si quieres podemos hacer desde aquí el Camino juntos y siempre con un profundo respeto el uno hacia el otro. Piénsalo y ya me dirás.

    Al día siguiente la Srta. lo abordó y le dijo que tras pensarlo había decidido que merecía la pena intentarlo. Llegaron al acuerdo y siguieron andando.

    Estando en Bercianos llegaron juntos. Era la primera vez que yo los veía. El Sr. estaba muy enfermo. Se metió en la cama con tiritonas y fiebre y la Srta. se acomodó en la cama contigua. No lo dejó un solo momento. Me ofrecí a Junkal, la hospitalera a ayudarle si necesitaba traducción. La noche era larga.

    Esta historia la conocí en Portomarín. Estuvimos juntos en la misa. Él era un profundo católico y charlamos de un montón de cosas. La Srta. no lo era y él de vez en cuando le hablaba de Jesucristo. En algún momento mostró un cierto interés. Nunca le insistió. Volvimos a vernos y llegamos a Santiago el mismo dia.

    Me habló de sus motivaciones. Los católicos en Corea representan un pequeño porcentaje, pero son pujantes y perseverantes.

    Me dijo que él iba a divulgar su experiencia entre sus familiares, amigos y mundo profesional.

    Como ves, estás en lo cierto. Puede venir un resurgimiento desde el oriente del antiguo modo de peregrinar.

    Te contaré mas cosas cuando nos veamos.

    Ah, y que no se me olvide. Se que planeas visitar la India en alguna ocasión. Estuve en 2004. Deja mucha huella y eso que fui invitado a una boda.

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  2. Obviamente hay un error en mi relato. El planteamiento fue mas o menos así:

    En momentos de dificultad tu puedes ayudarme a mi y yo puedo resolverte algún problema.

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