jueves, 21 de enero de 2010

De hórreos, canastros y ... cabaceiros

¿A que a alguno os ha sorprendido un poco? Me refiero al nombre de CABACEIRO que se aplica también a las construcciones más comunmente conocidas como hórreos.

Pues así los denomina D. Ramón Otero Pedrayo en su Historia de Galiza, obra la más inmensamente rica que existe sobre todo lo relacionado con el antiguo reino.

La definición que nos ofrece es la siguiente: "Construcción destiñada a secar e gardal-o millo denantes do mallar"

Está dicho respetando el idioma gallego original, no el normalizado, pero creo que tiene suficiente claridad como para no necesitar traducción. Si acaso, aclarar que millo es maiz en castellano.

Y vamos a abordar el siempre espinoso tema de los pináculos que adornan los hórreos.

Partiremos siempre del respeto más profundo a las creencias de cada quien, sin ánimo de molestar u ofender, pero yendo, si es posible, a las raíces más profundas del por qué de las cosas.

Evidentemente, en el transcurso de los siglos, las costumbres han ido evolucionando y derivando a la par que las creencias imperantes en cada época.

En la actualidad, es lógico presumir que las cruces que actualmente adornan los tejados de la mayoría de los hórreos supervivientes, tienen una función que se define como: " Istes canastros son todo un símbolo, algo así coma un sagrario onde o noso campesiño garda o pan que Deus lle dá, pondo por riba a cruz coma protección e en sinal de gratitude" .

Creo que no escapará a nadie que esta interpretación es muy interesada hacia una de las tendencias más fuertes de la sociedad rural gallega: la iglesia y su inmenso poder.

Por supuesto, hay otras interpretaciones mucho más heterodoxas, pero suficientemente basadas en toda una tradición muy enraizada y que nos lleva a creencias más antiguas: la de la protección por la inducción de las formas.

Esta tendencia nos lleva a suponer que los pináculos en forma de pirámide tenían una utilidad absolutamente práctica basada en la experiencia de que la forma de la pirámide protegería, por una parte, del rayo y de los males que pudieran provenir de la intemperie y, por otra, del conocimiento ancestral de la forma de la pirámide como regenerador y conservador de la energía vital.

Es lógico que la Iglesia católica, siguiendo las directrices de S. Agustín: "destruyera todos aquéllos signos paganos presentes o, en su lugar, los cristianizara sustituyéndolos por figuras católicas".

Así nos llegan las cruces a sustituir a los pináculos, pero, como todo en Galiza es relativo, no consiguieron más que cambiar uno de los símbolos, aquél que da al lado de la puerta de entrada al hórreo, por cruces de distintas formas y significados: " Cruces de tipo celto-británico, cruz equilátera griega de orixe, frorenzada, vaciada, cadrada e, en moitos casos, metida nun circo".

Y, rizando el rizo, en un delirio de religiosidad materialmente interpretada: "A cruz, sinxela en moitos casos, lembra a cruz antefixa das eirexas románicas; nalgún caso leva a imaxe de Xesús; noutro dúas figuras axionlladas que lembran os anxos da coñecida cruz de Oviedo. Alguns, a imitanza do viril, cecáis alusión eucarística o pan que se ha de gardar no hórreo".

En algún momento, más tranquilos, y si el tema es de vuestro interés, nos entretendremos en debatir sobre la "energía inducida de las formas", tema que creo apasionante y del que nunca se termina de aprender.

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