martes, 29 de diciembre de 2009

Volvoretas y tartarugas...

Las palabras “volvoreta” y “tartaruga” me las enseñó Suso.

Suso es un rapaz de dos años, hijo pequeño de mi amiga Mari Chelo, de Portomarín.

Cada vez que subía por allí, Suso se me enganchaba del pantalón y no había manera de separarnos hasta que no me volvía a casa.

Me hacía subirle una y otra vez por la cuesta al lado de la Iglesia de San Juan para deslizarse loco y veloz en su flamante triciclo y volver a subir, y volver a bajar... así todo el fin de semana.

Este crío me enseñó muchas palabras gallegas, hablaba a borbotones, como le iba saliendo, mezclando galegomarinés y castellano, pero también me enseñó de ausencias: de padre, de atención... y me enseñó de cariño sin esperar nada a cambio, de amor incondicional... si, de muchas cosas...

Era verano, por San Juan, días largos y luminosos.

Llegué a Roncesvalles con un terrible dolor de cuello, se me habia quedado rígido mirando hacia la derecha (con perdón) en el autobús que me subía desde Pamplona.

¡Vaya panorama! Y así me disponía a comenzar mi primer Camino largo...

Toda la noche las volvoretas no me habían dejado pegar ojo con su vuelo incesante en mi estómago.

¡Qué expectación! por fin iba a hacer realidad uno de mis más acariciados proyectos: caminar desde Roncesvalles hasta Compostela...

La tarde se puso fría y gris, como suele ocurrir por estos pagos.

La tormenta descargó con toda su intensidad nada más detenerse el Bus en Orreaga.

Llegué corriendo y empapado desde la parada hasta la oficina en la que se expedía la credencial.

Allí me hicieron un interrogatorio que se me antojó excesivo, pero bien está, tranquilidad, todo sea por la causa...

Luego siguió el frío, la Misa con la bendición de los que nos poníamos en marcha y, bueno, todos los prolegómenos que ya conocemos.

En aquélla época, el alojamiento para los peregrinos se dispensaba en un piso alto, abuhardillado, en el propio edificio de la Rectoría.

Frío y desangelado, separadas las dos habitaciones, hombres y mujeres.

No pegué ojo en toda la noche.

Las volvoretas tomaron posesión de mi interior, el frío, la humedad, el desasosiego, el... miedo se apoderaron de mí.

Y así, entre ronquidos, malestar, interrogantes varios (¿qué hago yo aquí?, ¿quién me manda a mí...?) clareó la mañana.

Liar el petate y salir escopetado de allí fue todo uno.

Ni desayuno ni gaitas, las botas reclamaban pasos y las volvoretas ya no aguantaban más, pugnaban por salir de mi interior.

Y eso fue lo que me pareció que ocurrió al segundo paso en dirección al camino.

Con mi aliento abrí la boca, expiré profundamente y..., un tropel de volvoretas blancas se expandió entre la niebla.

Allá quedaron mis temores, mis aprensiones.

Ya estaba en el Camino, ya iba a realizar lo que tanto había soñado..., allí se escaparon todas en tropel.

La tierra estaba empapada, con un lodo fino que pronto me hizo sospechar que lo iba a pasar mal.

La elección del calzado no había sido la más adecuada, pero para un camino tan largo había que elegir, y mis flamantes Reebock Black Stile, con su suela lisa de cancha de baloncesto no tardaron en jugarme la primera mala pasada...

El camino transcurría estrecho y embarrrado, a mi izquierda, muy abajo, la carretera serpenteaba y yo hacía verdaderos equilibrios sobre la cuerda floja para no derrumbarme.

Y sucedió lo inevitable.

Antes de lo que tardo en contarlo, allá que fui con las patas por alto, sin soltar el bastón, y me quedé sobre mi mochila, espalda al suelo, tripa al cielo, braceando como una tartaruga dada la vuelta en el aire, con una mano ocupada sujetando el bastón, la otra luchando por no perder el embarrado guante de lana...

¿Qué hacer ante semejante situación?

Pues qué queréis que os diga..., aprovechar para descansar y empezar una risa nerviosa, a carcajadas, imaginándome la visión de una tartaruga embarrada hasta las orejas pateando desesperada en medio del bosque y sin ganas de darse la vuelta.

Aún me alcanzaron algunos peregrinos que me miraban preocupados, pero a los que despejé sus temores con una gran sonrisa... era feliz, estaba haciendo lo que largo tiempo había acariciado y apenas había comenzado, y estaba bien, muy bien, sucio y satisfecho, no me pasaba nada.

Fueron mis primeros pasos en este gran Camino que nos ocupa.

Y la imagen de las volvoretas y de las tartarugas, unidas para siempre, no me abandonaría ya nunca...

Dentro de unas horas marcharemos de nuevo hacia donde el sol se encamina, hacia el Oeste.

Recuerdos entrañables, gente amable y xeitosa nos aguarda para recibir el nuevo año.

Os deseo tanto como a mí mismo...

Feliz año.

4 comentarios:

  1. Quisiera comentaros que la fotografía se obtuvo el día de Nochebuena de 2008 y refleja el promontorio del Monte Facho en Fisterra. No está manipulada ni trucada. Cuando la vi, me pareció un mensaje personal de renacimiento y de esperanza...

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  2. Feliz reencuentro, y toda suerte de Camino.

    Un fuerte abrazo,

    enrique

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  3. hola ramon, feliz año nuevo te deseo que tu vida este siempre llena de amaneceres, que inonden tu corazon de luz y paz. reyes

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  4. Muchas gracias Reyes. Cada amanecer es una promesa y una página en blanco para llenar. Que nunca nos falte ni material ni ánimo para aprovechar esas páginas de Vida. Feliz año a tí y a los tuyos.

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