domingo, 13 de diciembre de 2009

Construir sueños... (1)

La tarde estaba fría, pero fría de hielo, de escarcha sin levantar, gris, bella. Bajo los plásticos todo estaba en calma. Cinco o seis peregrinos, cada uno solo en compañía, cada uno ensimismado en su vida, en su vivencia, ocupábamos todo el espacio de lo que se podría considerar un extraño híbrido entre carpa, invernadero y comedor... más o menos. La tierra bajo nuestros piés, un banco en el que descansar, unas mesas largas llenas de esas cosas que los que caminamos siempre llevamos: cuadernos, una botella con agua, unas flores secas en un rincón, polvo, riñoneras.

Y paz, mucha paz, tensa paz, acogedora paz. No se necesitaba más, nadie pedía más, éramos afortunados por tener todo aquéllo que necesitábamos.

La estufa, al fondo, crepitaba con un puñado de castañas puestas a asar. Algún osado levantaba sus pies y apoyaba sus botas en el borde de hierro. Un ligero olorcillo a goma quemada se mezclaba con el aroma de las castañas.

El patrón de la casa nos propuso un reto, un precioso y loco reto: vamos a levantar en este lugar una casa para peregrinos... Pasados los primeros minutos de incredulidad y estupor se formó un corro de caras iluminadas por una mezcla de sorpresa y ¿por qué no? de ilusión.

Estaba naciendo un sueño...

... Al principio nadie se atrevía a romper el momento encantado. Nos mirábamos, eludíamos los ojos, mis frías manos empezaron a sudar, nuestros corazones comenzaban a acelerarse, pero nadie decía nada; el torbellino de nuestros pensamientos se podría oir con toda seguridad hasta más allá de la puerta, pero nadie se atrevía a preguntar.

Muchas castañas después ( :O) un abrazo, flaco ) me atreví a preguntar mirándole fijamente a los ojos: "¿Qué has dicho?"

El, con los ojos brillantes y su hablar cerrado, muy sereno, volvió a repetir lo que ninguno de nosotros se atrevía a pensar: "Vamos a construir aquí una casa para peregrinos" y, añadió: "¿Me vais a ayudar o no?"

Aquéllo, de repente fue un torbellino de palabras. Todas las que no podíamos articular hasta entonces, se agolpaban ahora en nuetras gargantas: "¿Qué podemos hacer? ¿Aquí, ahora? ¿Puedo ayudar? ¿Cómo se hace eso?"

Aquél hombre se levantó y desapareció tras una vieja cortina en lo que parecía un pequeño cuarto en un extremo de la carpa. En pocos minutos, apareció con las enormes manazas llenas de rollos de papel que, con gesto orgulloso, no tardó ni diez segundos en desplegar cuidadosamente sobre la mesa, extendiéndolos y apoyando unas olorosas manzanas en cada uno de los ángulos.

Ante nuestros ojos ávidos y asombrados, apareció todo un sinnúmero de dibujos de frente, de perfil, en secciones, de escorzo y de cuantas maneras podráis imaginaros de lo que parecía ser un edificio de un par de alturas, las paredes de piedra, los tejados de madera, difícil de definir con palabras normales, pero que desprendía un halo de calidez, una belleza inmaterial que nos atrapó desde el primer instante y del que no podíamos levantar la mirada.

"¿Qué es ésto?" preguntó alguien resumiento lo que todos nosotros queríamos decir y no acertábamos a ello.

"Esto es un Hospital de Peregrinos, vuestro nuevo Hospital de Peregrinos, y lo vamos a hacer entre todos, si me ayudáis"...

2 comentarios:

  1. Muchas veces las grandes cosas nacen de una sencilla definición.

    Pero eso si, siempre hará falta mucha ilusión para llegar a ver finalizado el objetivo.

    Sigue Ramón. Me gustan tus relatos.

    Abrazos,

    Javier

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  2. Javier, esta es la inverosímil historia de un sueño... un sueño hecho gozosa realidad. No sabíamos que era imposible, por eso, simplemente, lo hicimos.
    Recuerda, nada de lo que el hombre es capaz de realizar se ha llevado a efecto sin previamente haberlo soñado...
    Continuará...

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