... no dejan de revolotear en torno a mí, ahora que la Hospitalidad se entiende de otra manera, cuando lo que valía para hace un año ya no se va a aplicar más...
¡Cómo cambian las ideas, y qué rápido!
Antes, no hace mucho, las cosas se movían a otro ritmo en este Camino, todo tendía a mejorar, ¿de qué otra forma podría ser?, pero a un paso pausado, a la medida del hombre, sin bandazos ni veleidades...
Cuando yo conocí el Camino, hace más de tres lustros, me encontré con una forma de "Acoger" diferente, inesperada, humilde y generosa...
Casi se podría resumir en un lugar y una familia. Me permito escogerlos como ejemplo porque allí, con ellos, aprendí más de "amor fraternal" que en toda mi vida anteriormente.
Los que me acogieron, me ayudaron en mi caminar, formaban una pequeña familia de cuatro personas: un matrimonio y dos de sus hijas, las más pequeñas... Mari Carmen, Jesús, Agueda y Cecilia.
Mari Carmen era todo dulzura, humildad, siempre dispuesta a ayudar, siempre al pie del cañón... Jesús era y es un ser diferente, una fuerza de la naturaleza, un compendio de sabiduría, fuerza física, resistencia, entrega y amor, mucho amor a los demás... Agueda, toda sonrisa y frescura, alegría incondicional... y Cecilia, una niña encantadora, una esponja que atraía a todo lo que se ponía por delante, ávida de crecer...
Esta familia se ocupaba de los caminantes en un marco singular: una especie de carpa, un antiguo invernadero de flores, una estructura irregular de tubos, alambres y plástico, junto a la iglesia de Santiago, en el mismo Camino, a la entrada de Villafranca del Bierzo.
El milagro se producía en aquélla extraña estructura todos los días. Mientras que Jesús se ocupaba de labrar y cultivar la tierra a unos centenares de metros de allí, su mujer y sus hijas esperaban y atendían a los cansados caminantes que caían por aquéllos parajes, les proporcionaban agua fresca, sombra, una ducha fría y reconfortante, conversación y lo más preciado... compañía.
Al caer la tarde, se formaba la mesa para cenar, la hora importante del día, y por allí pasaban los "panes y peces" diarios de un milagro en forma de alimento, sano y natural, ensalada con productos de la huerta, patatas de la tierra, huevos de las gallinas y fruta, fea pero sana, cuidada y recogida con esmero... cada día, hubiera dos o veinte caminantes, nunca faltó nada para nadie.
Entonces no se pedía nada a cambio... ¿nada? no, no es exacto. Se pedía, si era menester, trabajo, ayuda para mantener aquéllo en pie, cada uno lo que supiera hacer: poner un enchufe, ayudar a cavar una zanja para el pozo séptico, arreglar una litera, fregar, barrer... todo lo necesario para seguir en marcha...
No hacía falta nada más. Siempre era así y siempre sería así. Jesús nos contaba como había crecido a pocos metros de allí, donde su madre siempre mantenía encendido un fuego y un puchero sin fondo, rellenado una y mil veces, siempre a punto, para que el que lo necesitase metiese allí su cuchara y sacase algo de caldo las más de las veces, alguna patata si había suerte, y no digamos un hueso con algo de carne pegado si le tocaba la lotería...
Y él quería que todo siguiese así: cada uno que aportara lo que pudiera y que no faltara de nada...
Hoy las cosas han cambiado, mucho. Allí también, para ellos también.
Pero lo que no se debería olvidar ni cambiar nunca es la disposición de estar a pie de Camino, siempre, más cuando había poca gente o nadie que cuando el Camino rebosaba de caminantes y de visitas curiosas, con lluvia, frío, viento, hielo y nieve... entonces más, porque si alguien lo necesitaba, lo necesitaba más, si alguien tenía hambre, tenía más hambre porque no había adónde acudir.
Ahora parece que las cosas se ven de otra manera, los criterios son diferentes, se calcula más y se sustituye la dureza del servicio a los demás por el estudio detallado y frío de las estadísticas. Está bien, el Camino se lo pierde...
Pero yo quiero recordar a gentes como aquéllas que nos enseñaban "amor" a raudales, y creer que su trabajo no fue en vano y que alguna vez, en algún lugar, lograremos revivir ese espíritu y esas formas...
Y ahora, dejemos que las "volvoretas", más sosegadas, sigan revoloteando sobre nuestras cabezas...
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