Se está hablando de dormir en el suelo, esa sana y beneficiosa costumbre que cada vez se va extinguiendo más deprisa en este nuestro Camino.
Hace unos años, dormir en el suelo era una de las posibilidades más comunes, más diferentes y más deseadas de cuantas nos encontrábamos.
Era distinto, era más cercano, era bonito acercarse saco contra saco, llenando todo el espacio libre de suelo de cuerpos cansados, relajados, felices.
Desgraciadamente, ahora cada vez es más difícil.
En muchos lugares nos encontramos con la respuesta: está lleno.
Bueno..., ¿y qué? ¿Cómo que está lleno? ¿Que no hay camas? MEJOR.
Pero no, ahora cuando se dice: está lleno, se quiere decir: no puedes permanecer aquí, tienes que seguir, lo sentimos, pero no te podemos atender.
Vale, vale, vamos bien, consecuencias del estado actual del Camino y de las pretensiones de los que llegan a la puerta de los Albergues día tras día.
Pues yo reivindico el santo suelo.
Esa es mi mejor plaza allá donde paro.
De hecho, hay un Albergue que sólo tiene suelo.
Sí, ni una sola cama, sólo colchonetas de espuma fina en el Santo Suelo.
Y, generalmente, la gente lo acepta y lo agradece.
Y se levanta tan contenta por lo bien que ha descansado.
Por supuesto que no falta quien, al llegar, mira despectivamente y suelta un ¿No tenéis más que esto? Pues si, señor, señora. No tenemos más que esto, y muy contentos con tenerlo.
En este bendito lugar se duerme en el suelo, y si tienes la suerte de que esté muy lleno, dormirás en el Coro de la iglesia, y, si aún tienes más suerte y está lo que se dice petado, puedes tener el privilegio de dormir en el Santo Suelo de la iglesia..., y ya no se conoce más circunstancia que tener que dormir en el suelo de la Sacristía.
Que nunca nos falte un suelo donde posar los cansados huesos.
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