lunes, 14 de diciembre de 2009

Construir sueños... (2)

... Ninguno de nosotros podía creer lo que estaba oyendo.

"¿Y todo eso se puede hacer?".
"¡Claro, no solamente se puede sino que ¡lo voy a hacer!".
"Pero ¿por qué?".

Los ojos de aquél hombre, brillantes hasta entonces, se cubrieron de un leve velo húmedo.

"Porque es el sueño de mi vida, porque era el sueño de mi madre ... Me crié en esa casa que podéis ver al fondo, y allí siempre vi un caldero humeante puesto al fuego. En él se cocía todo aquéllo que se podía: huesos, algún trozo de gallina, muchas berzas, garbanzos, una punta de hunto y patacas, muchas patacas... Nunca vi apagarse aquél fuego y nunca conocí el fondo de aquél caldero. Cuando un caminante asomaba por lo alto de la cuesta, yo corría y lo traía de la mano, se sentaba donde podía y, antes de que se quitara el morral, ya tenía un cacillo ante sus ojos y un buen pedazo de pan bruno, de aquél moreno y compacto, entre sus manos. Eso hizo mi madre durante toda su vida; eso quiero hacer yo. Pero no quiero que, como antaño, el caminante tenga que aparejarse un jergón con paja nueva al arrimo del calor de los animales. Yo lo que quiero es que duerma, que durmáis, en una cama, al calor de la estufa y con unas paredes limpias y secas, y que tengáis una manta para abrigaros..."
"Pero ... eso no es necesario, ya tenemos lo que necesitamos..."
"Nunca se tiene todo lo que se necesita, si eso fuera así no buscaríais, nunca es bastante. Hay que hacer las cosas bien, y así se harán..."

... Sus palabras eran firmes, no dejaban el menor resquicio a la duda. Y allí estábamos nosotros, con la boca abierta, empapándonos de la seguridad, la ilusión y la firmeza que aquél hombre transmitía.

"Bueno, y ¿qué puedo hacer yo? ¿cómo puedo ayudar?".
"¿Cómo? Con tus manos"
"¿Yo?, pero yo nunca he trabajado en la construcción: Creo que no podría..."
"Chaval, ¿tienes manos? ¿tienes ganas? ¿tienes tiempo?"

Así todo en vendaval...

"Un momento, tengo manos, tengo ganas, pero el tiempo no me pertenece, es mío y de mi familia..."
"Tienes lo principal, ya sacarás tiempo... Quiero construírlo con mis propias manos, y con las de peregrinos. No utilizaremos máquinas, todo lo tenemos que hacer nosotros, como se construía en el siglo XI, como se construyó la Iglesia de Santiago, esa que está ahí justo al lado, lo haremos con la piedra que conseguiremos en el monte, igual que ellos, y tardaremos lo que haga falta... ¡pero lo haremos!"

No dejaba de mover las manos sobre los dibujos. Cómo lo haría, cómo hablaría que ninguno de los que allí nos encontrábamos dudamos en ningún momento que esa Casa se haría, ¡vaya si se haría!, y la haríamos nosotros, y los que vinieran detrás, nunca faltarían manos ni voluntad, aquél proyecto saldría adelante, sin duda, el Señor Santiago ayudaría...

En ese momento tomé la decisión: en cuanto acabara mi camino, en cuanto llegara a Santiago, volvería para ver sino se trataba de una alucinación, de un sueño. Sólo faltaban siete días y, en cuanto volviera al trabajo, el primer fin de semana que tuviera libre allí que me plantaría. Una de dos, o el Camino me había vuelto loco o aquella tarea era lo que estaba esperando, una tarea en la que trabajar por un sueño, una forma de devolver tanto y tanto como llevaba recibido y acumulado.

Miré a aquél hombre, le tendí la mano y él me la estrechó entre sus dos enormes manazas. Un calor nada común, una corriente de energía como nunca había experimentado me invadió de los brazos a los pies. Supe entonces que aquella obra se iba a realizar, y que yo la vería hecha, sin ninguna duda...

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