domingo, 15 de noviembre de 2009

De amigos, conocidos y... coincidentes

Se habla mucho sobre la amistad, los conocimientos que se traban, el buen ambiente que rodea a los caminantes. Es bueno que se hable, generalmente mucho y bien, de aquéllas personas que conocimos brevemente, a veces intensamente, uno o varios días, y que se convirtieron en una parte muy importante de nuestro Camino.

En muchas ocasiones, estos encuentros fueron ocasionales: un café aquélla mañana, unas palabras de aliento en un día difícil, una ayuda inesperada y salvadora cuando hacía falta agua, un Kleenex o un imperdible en medio del campo, un consejo ante la duda a la hora de orientarse, a veces sólo una mirada y una sonrisa fugaces en una parada.

Pero, muchas otras veces, muchas, se establecen entre peregrinos absolutamente diversos unos lazos fuertes, muy fuertes, que no se deshacen al finalizar el Camino, que se cuidan, se miman, se riegan y se abonan y terminan floreciendo en uniones que duran meses, años, y que en ocasiones se convierten en soportes anímicos para nuestras vidas.

Lo curioso es que muchas veces estos lazos se establecen entre personas muy diferentes en aspecto, edad, condiciones, que se unen voluntades que en otro marco sería muy difícil que ocurrieran ya que nuestras corazas, nuestras barreras de protección para la vida cotidiana se ven más debilitadas, más frágiles en el Camino.

Esta situación es muy común, más de lo que muchas veces nos imaginamos, pero tiende a idealizar unas circunstancias que luego no resisten en muchos casos la confrontación con lo cotidiano y acaban por diluírse en los recuerdos, dorados, pero recuerdos y alguna que otra decepción.

Por tanto, nada nuevo, el Camino es como la vida misma, pero vivida en otro marco, más intenso, más concentrado: caminemos pues con la mente abierta, con el alma en la mano, dispuestos a recibir y regalar amistad, sabiendo que lo que nos está pasando en ese momento es único y nunca va a volver a ser igual. Mejoremos, por tanto todo lo que nos sirva y dejemos en su lugar, tranquila, conscientemente, todo lo que no sean más que contactos, conocimientos, recuerdos, momentos. Y reguemos cada día nuestra parcela de amistades profundas, duraderas, sinceras, libres, son nuestro tesoro.

En el entorno del Camino tengo hoy repartida la mayor parte de mi tesoro: mis amigos.

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