lunes, 23 de noviembre de 2009

De hace mucho... muy lejos...

Me siento un poco raro.

Es la primera vez, en los últimos cuatro años que no ocupo mi lugar por estas fechas de Marzo-Abril en un reducto de paz, de calma y de tranquilidad allá en Galicia, de cara al Fin de la Tierra, atendiendo y compartiendo con los que van y los que vuelven, con los que se acercan por primera y breve vez el Camino y los que están a punto de culminar su aventura, su largo y acariciado sueño de ser ellos mismos y de caminar con el viento en la cara, sin más objetivo que ver apagarse el Sol en los confines de la tierra conocida, allá donde comienza el reino de las tinieblas y de lo imaginado...

Otros vientos nos llevan a otros horizontes, nada permanece más de lo que debe permanecer, y el trabajo realizado pasa a ser una semilla que echará raíces en nuestra fecunda tierra interior y, algún día, se convertirá en maduros frutos para saborear cuando las manos ya tiemblen y no queden fuerzas más que para recordar.

Acabo de recibir un correo de dos personas que compartieron conmigo hace un año, en aquél lugar, aire, tiempo, mesa e ilusiones. Me han recordado y me lo han hecho saber enviando una fotografía en la que tres personas desconocidas se pasan el brazo por el hombro, sonríen satisfechos y se muestran... felices de ser y de estar.

Todo ello me ha hecho evocar aquél día en el que conocí un remoto y soñado lugar que se transformaría, a lo largo de los años, en un hogar y en un taller donde labrar el carácter y los sueños...

...Un viejo joven capitán se olvidó una ajada libreta en mi casa. De ella a veces me alimento, y con ella lloro y río. Hoy la abrí y me encontré su visión del albergue de San Roque, en Corcubión, allá hacia el Fisterra...

...No fue un día fácil. Muchas emociones, un barrunto de final, temas que se resuelven y temas que se enredan... no fue un día fácil.

Tras una buena caminata por carretera, se llega a Hospital. Habíamos dejado Olveiroa con un sol radiante y tuvimos que caminar pr el arcén, ya que uno de los puentes estaba destruído por las recientes lluvias.

Camino arriba, asoma, diminuta, la imagen de una pequeña casita blanca a la sombra triste de las chimeneas de una industria química que ensucia con sus desechos y su acre humareda el cielo y la tierra de este lugar remoto de la Galicia profunda.

Uno de mis compañeros tuvo una frase brillante: "Me pareció ver un lindo barecito". Luego de unas risas, yo le aseguré que no sólo había un lindo barecito sino incluso un lindo gatito. Así era, el gato siamés y la perrilla nos esperaban en la puerta para darnos una cariñosa bienvenida.

Luego de reponer fuerzas, campo a través por sendas de cortafuegos, camino adelante, la presencia radiante, increíble, magnífica, del mar, sí el mar, el punto y final o el punto y seguido de nuestro Camino.

Emoción a tope, lágrimas en los ojos, soledad, silencio, intimidad, una vez más la meta al alcance de los pies y el alma a punto de estallar de la mezcla de sensaciones.

Bajada vertiginosa hasta la orilla de Cee, comida abundante e inesperada camino de Corcubión y búsqueda de un albergue nuevo, un albergue recién inaugurado que nos depararía un ramillete de maravillas inesperadas.

Atravesando Corcubión nos saluda una señora amablemente, Josefa, a secas. Nos indica que vive cerca del Albergue y que nos acompañará, si se lo permitimos (además) para evitarnos una buena vuelta por la carretera. Le agradecemos el gesto y quedamos en volver a visitarla en breve, cando Dios quiera.

Y allí aparece, en la noche, en medio de un vendaval formidable el albergue de San Roque, en un alto sobre la villa de Corcubión.

Ya desde la puerta aquello pinta bien. Un personaje amable, sonriente, inhabitual, pero magnífico no recibe: Ole. Si, Ole, expresión tan española, corresponde al nombre de este hombre noruego que se encarga del Albergue. Es difícil retratar a Ole: paz, serenidad, amabilidad, confianza... quizá algo de esto, pero mucho más: LUZ.

En una sala decorada con magníficas fotografías del Camino y sus gentes, una mesa bien ordenada, allí nos sella las credenciales con los dos sellos de la casa: el de ida y el de vuelta.

En una esquina de la Sala, un pequeño altar lleno de piedras manchadas de chapapote, de pequeñas maderas extraídas de la mar, conchas, y todo tipo de pequeños objetos dejados por el océano en las playas.

Ole nos indica las normas del establecimiento: Anarquía y Amor.

Suena bien. En una sala adjunta, un comedor para la cena y una hermosa chimenea recien encendida. Nos sentamos los tres al amor de la lumbre, muy cerca unos de otros, sobre las mantas que nos hemos bajado, en el mismo suelo, y empieza a fluir entre todos esa línea de armonía, de paz, que sólo se percibe en determinados lugares.

La velada transcurre con buena música, Ole haciendo juegos de cartas con varios peregrinos sobre la mesa, dos más dándose un masaje en los hombros y la espalda a nuestro lado, una peregrina canadiense sentada, metiendo los pies literalmente en el fuego; todo es tranquilidad, todo es paz.

Miradas cómplices, resumen de días de convivencia y de vida en común, unas cervezas traídas del Club próximo, a precio de Club, por la más intrépida de nosotros, por nuestra hada particular, la rubia anfibia. Y un pote de mate ofrecido a cada uno de nosotros por nuestro anfitrión: Ole.

Todo eso y algo más, la sensación de estar en un hogar, el calor del cariño, de la sencillez, de la amistad, de la libertad, dispensada por esta gran persona: hijo predilecto de Galicia, peregrino convertido en limpiador de playas y para siempre, creo, enamorado de nuestra Costa da Morte.

Gracias, amigo, tu huella es impagable, ya forma parte de nosotros, de nuestros caminos.

Pd.- No sé si volveré ni cuándo volveré... pero aquél lugar forma parte de mis moradas interiores, y yo, de alguna manera, formo una ínfima parte de él.

P1070538

No hay comentarios:

Publicar un comentario