jueves, 26 de noviembre de 2009

De confesiones a media voz...

¿Llegó el momento de las confesiones? Quizá sea bueno abrir las cataratas del alma y confesar a viva voz que todos tenemos momentos... digamos delicados. Y algunos más que otros.

En fin, ahí va uno mío... y de los gordos (no se lo digáis a nadie, por favor).

Fue en los tiempos de la invención del Xacobeo, me tiré una semana con el Sr. Fraga (Dios le guarde muchos años... ¡más!) delante y detrás, todo el día con la caravana abriendo paso, motorista, séquito, etc. coincidiendo todos los días del Señor. Por lo visto, aquél año le dió al Sr. Presidente por inaugurar albergues, uno cada día, a la hora de la siesta, invariablemente se presentaba en la ruta, se dirigía tambaleante hacia el Albergue de turno con todo el séquito sudando y echando el bofe detrás, tiraba de la cuerda que destapaba la bandera de España y la de Galicia y aparecía una plaquita conmemorativa, dirigía unas ininteligibles palabras a los diez o doce congregados y, con la misma celeridad y al mismo paso que invitaba a echarle una mano porque parecía que iba a dar un tumbo, aunque nadie se atrevió jamás a rozarle, se largaba con las sirenas de los motoristas abriendo paso a toda velocidad.

La visita no duraba más de tres minutos cada día, pero allí quedaba, impecable, blanco y azul, reluciente y brillante el nuevo Albergue del pueblo, y los peregrinos... pues a disfrutarlo, que era una nueva experiencia nunca soñada en el Camino de Santiago.

Ese día me pilló en Ribadiso. La visita se prolongó por lo menos dos minutos más, tiempo que empleó el Sr. Presidente en volar a trompicones, como siempre, de las cocinas a las cuadras, y de allí a los aseos... y corriendo, una vez más a los coches.

Pero ese día era especial, el Albergue era una joya, con sus prados bien segados, su puentecito, sus escaleras que daban al río, y sus vaquitas mirando con sus ojazos asombrados a los saltimbanquis que nos lanzamos como buitres al agua y nos dejamos arrastrar entre grandes aspavientos hasta la sombra del puente, para retornar de nuevo a las escaleras sin solución de continuidad.

Aquél día era mi santo y, uno de los compañeros de caminata había tenido el santo valor de adquirir en Arzúa una botella de brebaje de hierbas y transportarla a lomos de su mochila para celebrar el evento.

La cena la improvisaron unas chiquillas italianas: spaghetti al pesto, mucho pesto y mucho spaghetti... y nada más ni nada menos.

Lo que siguió fue una velada a la luz de la luna, al borde del río, alejados de los dormitorios para no molestar a nadie, donde se repasaron todos los registros sentimentales, desde "Torna a Sorrento" a "Negra sombra" pasando por las joticas del "Cura de Villalpando y sus famosos ...", nada quedó sin cantar, sin desentrañar, nadie se quedó sin su ración de risas y de lágrimas por el pronto fin del Camino, por los momentos vividos y por los que vendrían después.

Uno a uno, como en la canción del maestro Sabina, los compañeros se fueron retirando... y allí me quedé, sentado a horcajadas, con la botella cogida con las dos manos (la de hierbas), junto a la corriente del río, bajo la luz de la luna... (snif, snif, snif), desolado, encantado, hecho polvo, radiante de felicidad, solito como vine al mundo... con mi regalada botella...

Como comprenderéis sólo cabía hacer una cosa: hasta el fondo. No sé lo que tardé, sólo sé que no me pude levantarcuando lo intenté... Cap problema, a gatas, tranquilamente, recorrí los cien metros más o menos que me separaban de los lavabos, hice mis cositas, y de la misma guisa, tranquilo, sin un fallo ni un resbalón me planté ante la ventana del dormitorio, a la sazón abierto de par en par por la calorina, y ni corto ni perezoso me colé por la misma yendo a dar, casualidades del destino, a la parte alta de una litera, vacía, por supuesto.

No recuerdo nada más. Sólo despertarme aterido de frío, de amanecida, sin haber hecho ni un solo ruido, pero muy lejos de la que debería haber sido mi cama y mi mochila con el saco.

Por supuesto no tenía ni la menor idea de dónde me encontraba, si en la mili en el Campamento de San Pedro o en el tipi de Marcel en La Faba, ni idea.

El día siguiente fue corto, muy corto, pero se me hizo largo, muuuuuy largo.

Estas cosas pasan, a veces, cuando uno es malo y no hace las cosas bien, pero ¿quién no se perdonaría después de tantos días de fatigas, a las puertas de Compostela, una noche de verano al borde del Iso, bajo la espléndida luna llena...?

Yo me perdoné... y confío en que algunos de vosotros me disculpéis.

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