domingo, 8 de noviembre de 2009

De soledad, de hospitalidad, de... ¿ilusión?

No corren buenos tiempos para la lírica, pero los ilusos empedernidos siempre intentamos encontrar un resquicio por el que meter la ilusión...

"La soledad, en tiempos de invierno, en un albergue sin pueblo alrededor, aislado, es nuestra segura compañía. Aprovechémosla pues y a ver qué nos puede aportar...

Los días se suceden lentamente, apenas hay nadie a quien ser útil. Uno, dos, o a lo sumo tres peregrinos van a venir a descansar entre estas paredes. Muchos días nadie... nadie para hablar, para compartir, para ayudar...

Las horas de luz son escasas, la niebla, el frío, la lluvia impenitentes, implacables, nos acompañan cada día.

El trabajo siempre es el mismo: pasar la escoba y la fregona, salir a por el pan que cada mañana nos traen a la puerta, preparar la perola con el caldo: unos buenos huesos, un poco de tocino, un choricillo, los días que se puede un cuarto de gallina, una cucharada de caldo vegetal (por no abusar) y agua fresca... todos los días, siempre a punto, lo primero cuando alguien pasa la puerta, un caldito caliente... cuando alguien pasa la puerta...

¿Y cuando no viene nadie? Día tras día en la más absoluta soledad... comer solo, leer, desesperarte con los sudokus, esperar, esperar, y a las once subir, repasar el dormitorio por pura rutina, apagar la luz y acostarte con el libro y el Ipod... solo, solo...

Te preguntas ¿para qué estoy aquí? ¿tiene sentido? casi las mismas preguntas que cuando caminas.

Y las respuestas te salen a borbotones cuando alguien toca a la puerta, cansado, mojado, con el vaho congelado, con las botas embarradas...

¿Que si tiene sentido? ¡Todo el sentido del mundo! En este momento, esta persona me necesita, si no hubiera estado aquí, todo hubiera sido distinto para ella. Mantener la casa caliente, limpia, ayudarle a despojarse de la capa, la mochila, acercarle la silla para que se saque las botas... todas estas labores no tienen precio, ¿qué se podría dar por semejante dicha, por poder tener la suerte de estar allí, en el momento oportuno? ¿Tu tiempo, quizá? ¿Lo tienes? Pues ese es el precio, y esa es la recompensa... la sonrisa, la gratitud, el recuerdo imperecedero.

Y esa tarde de Nochebuena, cuando a las siete de la tarde aquél italiano llegó, todo cobró sentido: las luces, el Belén, la espera, la soledad... y el preparar a toda prisa una buena marmita de lentejas para dar un poco de contenido al caldo, y la ilusión de cortar los turrones, y poner a enfriar el pacharán traído desde 800 kilómetros para esa ocasión, y los ojos como platos de mi "peregrino regalo de Navidad"...

¿Tiene comparación atender el albergue en verano, con los días eternos, con el prado fresco delante donde, si fuera necesario, se podría descansar perfectamente, con estar allí precisamente ahora, cuando no hay nada más que tú, cuando la diferencia entre estar o no estar supone tres horas más de camino para el caminante?

Yo creo que no hay color: si merece la pena estar para los demás es ahora, cuando verdaderamente hace falta, cuando atender cincuenta peregrinos en treinta días es recibir cincuenta premios gordos, cuando una sonrisa de agradecimiento vale mucho más que dos días de espera, de soledad, de silencio...

Es duro, muy duro, pero ¿quién dijo que fuera fácil?"

No hay comentarios:

Publicar un comentario